En una entrevista sobre la pandemia de COVID-19, el epidemiólogo y escritor Juan Martínez contaba una historieta sobre un gato al que atropelló un coche; al cabo de un tiempo al pobre animal le volvió a atropellar el mismo vehículo y otro gato le preguntó, ¿cómo eres tan tonto de dejarte atropellar dos veces por el mismo coche? y el animal contestó: es que la segunda vez venía más despacio y por eso creí que hacía menos daño. Con la pandemia nos ha ocurrido lo mismo que al gato, nos ha vuelto a atropellar otra vez por la estupidez de creer que, como la segunda oleada iba más lenta, causaría menos daño. Ese retraso, afirmaba Martínez, «es el que dio la falsa seguridad en verano; por eso yo me escandalizaba cuando escuchaba a Simón decir que aquellos casos no eran nada, que eran leves y nada tenían que ver con los de marzo».
Karl Marx dijo que la historia ocurre dos veces: primero como tragedia y luego como miserable farsa. En estos meses en los que hemos sufrido la experiencia de la pandemia, la historia ha ocurrido dos veces en dos oleadas, pero en ambos casos lo ha hecho como tragedia y, debido a la imprevisión del gobierno, estamos en el grupo de cabeza de los países más damnificados por el virus. Se reaccionó tarde en la primera oleada y se ha reaccionado tarde en la segunda.
A día de hoy la buena noticia es que, como comenté en estas páginas hace tres semanas, se ha hecho realidad la posibilidad de llegar a una fase estacionaria. Entre el 19 y 23 de septiembre se alcanzó en España el segundo pico epidémico y, de las tres proyecciones que contemplé para final de septiembre, ha ocurrido la que pronosticaba dos semanas de estabilización que se traducirían a final de mes en 770.000 casos confirmados. La realidad ha estado ligeramente por encima de la proyección: 778.607 casos.
Ese pico epidémico no es casualidad. Muy probablemente corresponde a la confluencia de dos factores: el final de las vacaciones de verano y las restricciones y controles que, aunque de forma descoordinada, comenzaron a aplicarse desde final de agosto. Fue el 20 de agosto, cuando el popular Fernando Simón cambió su discurso de «los rebrotes controlados» y pasó a advertir que «las cosas no van bien». Desde el comienzo de la segunda oleada, que ya se detectó a final de junio, hasta que a final de agosto sonaron las alarmas, se desperdiciaron miserablemente dos meses con la cantinela de que todo estaba bajo control y de que no existía segunda oleada. Hubo que esperar a que el timonel-supremo-de-la-lucha-contra-el-coronavirus, Fernando Simón, reconociera el 21 de septiembre que teníamos un incremento clarísimo al que no tenía inconveniente en llamar segunda oleada. Es posible que Simón sepa mucha epidemiología, pero puede dudarse de que posea conocimientos básicos de geometría analítica.
Es difícil predecir qué ocurrirá a final de octubre, pero no es complicado plantear tres posibles escenarios. El más favorable supone que van a disminuir paulatinamente los nuevos casos diarios; en esa situación, el 31 de octubre se podrían alcanzar 970.000 casos. En el segundo escenario, el más probable, se produciría un estancamiento de casos diarios que llevaría a final de mes a 1.040.000 casos. El escenario más desfavorable supone que el pico epidémico alcanzado en septiembre es falso y aunque se ralentice el crecimiento, la pandemia seguiría propagándose implacable y finalizaríamos el mes con alrededor de 1.120.000 casos.
En resumen, el 31 de octubre el total acumulado de casos en España puede estar entre 970.000 y 1.120.000, poco más del 2% de la población española. La mala noticia es que, aunque las cifras de casos evolucionaran bien, aún nos espera un crecimiento importante de hospitalizaciones y muertes. Según la proyección del IHME de la Universidad de Washington todavía se registrarán, desde hoy hasta final de año, más de 23.000 nuevos fallecimientos por COVID-19 en nuestro país.
Me produce escalofríos pensar que unos gobernantes que no actuaron a tiempo ni en marzo y ni en julio, hayan dejado que el virus atropellara y devastara España por dos veces. El resultado de su torpeza ha provocado que el daño causado al país, a sus gentes y a su economía, haya sido el doble o el triple que el que hubiera podido ser con una gestión responsable.
Leí hace poco un tuit con el que me sentí identificado: «Algunos días me levanto negacionista. Es puro hartazgo de no saber, de no querer, de sentirme manipulado. Es más rabieta que otra cosa. Luego me pongo la mascarilla…y sigo». Lo escribió José María Rodríguez Olaizola, sociólogo, escritor y jesuita por más señas. Yo también siento hartazgo, indignación e impotencia. Escribo un poco para los que no me leen, como hacía Vicente Aleixandre, se me pasa… y también sigo.
Gandia, 6 de octubre de 2020
Este artículo fue publicado originalmente en el diario LEVANTE-EMV Edición de La Safor el 8 de octubre de 2020. La gráfica que figura al principio incluye datos posteriores a la fecha de publicación, hasta el 11 de octubre.