En la pasarela peatonal del rio Serpis suele instalarse frecuentemente un musico ambulante. Sentado en una pequeña banqueta, toca su acordeón y recoge a cambio las monedas que los viandantes tienen a bien depositar en una pequeña lata. El sábado pasado interpretaba la canción Over the Rainbow, esa balada tan famosa -aunque algo empalagosa- que hizo célebre Judy Garland en la película El mago de Oz. Sin embargo, la imagen que por asociación de ideas se formó en mi mente no fue la de la antigua película ni la de la actriz norteamericana, sino la del no menos célebre músico y cantante hawaiano IZ, cuyo nombre real era Israel Kamakawiwoʻole. La versión que hizo IZ de la canción que interpretaba el acordeonista de la pasarela, es quizá uno de los vídeos más reproducidos en YouTube, con cerca de mil millones de visualizaciones. En realidad, el video recoge un mix entre Over the Rainbow y What a Wonderful World, y utiliza imágenes del cantante con su ukelele, así como secuencias de los momentos en que sus cenizas se esparcieron en la playa de Makua en el océano Pacífico, desde una barca tradicional hawaiana, rodeada por las canoas de los seguidores del artista.
La letra de Over the Rainbow (más conocida en España como Mas allá del arcoíris) evoca sueños y esperanzas: «En algún lugar más allá del arcoíris vuelan pájaros azules. Y los sueños con los que soñaste se hacen realidad. Algún día le pediré un deseo a una estrella, despertaré cuando hayamos dejado las nubes muy atrás, donde los problemas se derriten como gotas de limón». Por eso, no es extraño que la lúgubre imagen de la pandemia también surgiera de nuevo en mi mente, ya que nuestros sueños se sitúan hoy más allá del arco iris, esperando el final de este drama sanitario que se resiste a ceder. Todos querríamos que los enfermos y las muertes que provoca el virus, las UCIS y las restricciones a la movilidad y el contacto social, fueran ya historia y despertar cuando hayan quedado atrás las nubes negras que aún nos amenazan.
Los sueños y las esperanzas son la inspiración de la Navidad, una celebración que ya está a la vuelta de la esquina. Leí hace poco la falsa teoría de la manta corta, o te cubres la cabeza o te abrigas los pies, pero no se puede evitar que una parte del cuerpo quede desabrigada. Es decir, o se endurecen las restricciones para la Navidad o tendremos un nuevo pico pandémico en enero, porque la tendencia del número de contagios diarios es de nuevo creciente desde el 9 de diciembre, y todavía no refleja el posible incremento de contagios del puente de la Constitución. A estas alturas ya debería de ser evidente que aflojar en la protección de la salud para salvar la economía no funciona: ni se frena la pandemia ni se mejora la economía. La economía y la salud sólo se protegen frenando la pandemia, aplicando restricciones por dolorosas que sean.
La Navidad siempre ha sido un tiempo de alegría, amistad, solidaridad, familia y proximidad. Para los cristianos es, además, tiempo de trascendencia y esperanza, como lo proclamó el ángel: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador…».
Si tenemos la esperanza de llegar pronto a ese lugar más allá del arcoíris donde la pandemia no sea más que un triste y doloroso recuerdo, tendremos que sacrificar ahora todo lo accesorio y quedarnos en nuestras burbujas familiares protegiéndonos del virus. Siempre podremos soñar con despertar cuando hayamos dejado las nubes muy atrás, donde los problemas se derriten como gotas de limón, como nos recordó IZ y su ukelele. Y si se encuentran en la pasarela del Serpis al acordeonista, no olviden dejarle alguna moneda. Se lo agradecerá.
Gandia, 15 de diciembre de 2020
Este artículo se publicó en el diario LEVANTE-EMV Edición de la Safor el 17 de diciembre de 2020.