El artículo que se reproduce a continuación fue publicado originalmente en la revista L7D de 2020 de la Real Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de Gandia. La foto corresponde a un antiguo crismón, un anagrama formado por la superposición de las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego: ji (X) y ro (P).
Durante la Presentación de Jesús en el templo, el anciano Simeón le dirigió a la Virgen María unas enigmáticas palabras, anunciándole que su hijo había «sido puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-»[i]. Jesús ha sido y sigue siendo signo de contradicción: hay quienes le rechazan tenazmente, mientras que para los creyentes es su salvación. Por eso no debería extrañar el obstinado rechazo a Cristo y a su Iglesia que percibimos a diario y que, a través de la historia ha llegado hasta la persecución violenta. Como expresó el entonces cardenal Karol Wojtyła, el signo de la contradicción es quizás «una definición distintiva de Cristo y su Iglesia»[ii].
Es humano que las persecuciones, las críticas hirientes, las burlas y la irreverencia, nos entristezcan y causen dolor, pero no deben sorprendernos, ya que forman parte indisoluble de nuestra identidad. Ante todas las formas de rechazo, el cristiano se plantea el dilema de cómo actuar. Cabe el silencio y la resignación, pero también es legítimo salir en defensa de la verdad y de la Iglesia, sin violencia ni resentimiento. Como dijo san Agustín: «si callas, callarás con amor… si corriges, corregirás con amor». Desde el respeto y la razón, no hay porqué aceptar el mensaje que el anticristianismo militante difunde cada día en la sociedad.
Vittorio Messori transcribía la reflexión que enviaba a los cristianos Léo Moulin, historiador belga ya fallecido, ateo y ex masón: «Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que se dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar»[iii]. Permanecer impasibles cuando se falsea la historia de la Iglesia o cuando se ofrecen caricaturas del cristianismo, no es bueno ni para la Iglesia ni para la sociedad. Los mitos y los prejuicios se combaten con hechos y con la verdad. Desde fuera del ámbito católico, al igual que Moulin, María Elvira Roca Barea reprochaba recientemente la inacción de muchos cristianos: «vamos a terminar siendo los agnósticos y ateos de buena voluntad los que tengamos que limpiar el nombre de la Iglesia porque ustedes tienen una pasividad absolutamente incomprensible»[iv].
Frente al mensaje anticristiano y el odium fidei no deben sobrepasarse los límites que establece la buena nueva del cristianismo. No se combate el odio con el rencor, ni la mentira con falsedades, ni debe olvidarse el consejo ya citado de san Agustín: corregir con amor… Bastan la razón y la verdad para desmontar mitos, falacias y prejuicios. Por ejemplo, el tópico de que la Iglesia se opone a la razón, la ciencia y el progreso, no sólo queda deconstruido al enfrentarlo a la verdad histórica, sino que incluso se puede afirmar que la contribución de la Iglesia Católica al desarrollo del conocimiento y de la ciencia a lo largo de la historia, ha sido extraordinaria[v].
Fue a finales del siglo XVIII cuando surgió este mito de «que ningún conocimiento científico podía venir de los hombres de la Iglesia, ya que viven en el seno de una institución oscura, intolerante, enemiga del progreso y de la ciencia»[vi]. Muchos personajes de la Ilustración, que pretendían disipar las tinieblas de la ignorancia mediante las luces del conocimiento y de la razón, condenaron la religión como una superstición vulgar y consideraron a la Iglesia como un estorbo para el progreso de la humanidad. El mito se alimentó con las aportaciones del materialismo marxista, para el que la religión es el opio del pueblo, y con la praxis leninista que llevó al ateísmo combativo y a la persecución cruenta: su objetivo era sustituir «la fe en Dios por la fe en la ciencia y las máquinas»[vii].
Desgraciadamente el mito ha conseguido suplantar a la historia, a base de deformar la realidad, ocultar todo lo favorable para la Iglesia y los católicos y magnificar sus errores. La realidad es que las luces del conocimiento y de la razón tienen su origen en el cristianismo. En el siglo XIII, santo Tomás de Aquino ya explicó la existencia de una única verdad, que podía ser conocida desde la razón y desde la fe. La filosofía -que incluía a las ciencias- se dedica al conocimiento de las verdades naturales, a las que se llega por la luz natural de la razón, mientras que la teología se ocupa del conocimiento de las verdades de la revelación.
Las universidades, nacidas en Europa en los siglos XII y XIII, tuvieron su antecedente en las escuelas de monasterios y catedrales. Las primeras universidades de Europa, América y Asia, fueron fundadas por la Iglesia Católica; en la actualidad hay más de 600 universidades católicas en unos cincuenta países[viii]. En campos como la astronomía, como señaló John Heilbron, la Iglesia Católica ofreció más ayuda financiera y apoyo social al estudio de esta disciplina durante más de seis siglos que cualquier otra institución y, probablemente, más que todas las demás instituciones en su conjunto[ix]. No en vano 35 cráteres lunares llevan nombres de jesuitas.
Son numerosos los descubrimientos realizados por católicos en todos los campos del conocimiento. Gregor Mendel, un monje agustino de Moravia, es reconocido como el padre de la genética, una ciencia cuyas bases fueron establecidas por Mendel en 1865. Louis Pasteur, químico francés y católico devoto, fue el pionero de la microbiología moderna y ocupa un lugar clave en la historia de la medicina por sus descubrimientos sobre las causas y tratamiento de las enfermedades infecciosas. El escocés Alexander Fleming, también católico, descubrió los efectos antibióticos de la penicilina[x], un antibiótico que, desde su descubrimiento, ha salvado 200 millones de vidas. Debe mencionarse Igualmente a Nicolás Copérnico -católico de la Tercera Orden de Santo Domingo- que formuló a principios del siglo XVI la teoría heliocéntrica del sistema solar. El sacerdote católico Georges Lemaître, propuso en 1927 la teoría de la expansión del universo y la teoría del Big Bang sobre el origen del universo y el también sacerdote Giuseppe Mercalli propuso a principios del siglo XX la escala sismológica que lleva su nombre.
Otro científico católico, el químico Antoine Lavoisier, fue protagonista destacado de la revolución científica y sentó las bases de la química moderna[xi]. Fue guillotinado en 1794, en tiempos de la Revolución Francesa, cuando reconvirtieron muchas iglesias católicas en templos dedicados a la Razón (temples de la Raison). Lavoisier no fue guillotinado por su fe, pero es extraña la desproporción entre lo que ha llegado a la opinión pública sobre su caso en comparación con el de Galileo. «Parece mentira -comentaba Mariano Artigas– que, a estas alturas, casi todo el mundo, curas católicos incluidos, estén seriamente equivocados sobre importantes aspectos de un caso que se utiliza continuamente para atacar a la Iglesia y para afirmar, como si fuera un hecho histórico, que la religión en general y la Iglesia Católica en particular siempre han estado en contra del progreso científico»[xii]. Debe recordarse que Galileo Galilei no fue quemado en la hoguera, ni fue torturado ni estuvo en prisión. Su condena fue un arresto domiciliario en su villa de Arcetri y el rezo semanal de los salmos penitenciales durante tres años[xiii].
También es poco conocido el arrepentimiento final del gran protagonista de la Ilustración, Voltaire, del que sí se recuerdan sus despiadados ataques a la Iglesia. Antes de morir escribió: «muero en la santa religión católica en la que he nacido esperando de la misericordia divina que se dignará perdonar todas mis faltas, y que, si he escandalizado a la Iglesia, pido perdón a Dios y a ella[xiv]». El interés de la Iglesia y de los católicos por el conocimiento y la ciencia a lo largo de la historia es una realidad indudable, aunque desgraciadamente muchos cristianos lo desconocen. Quizá por humildad y por rehuir el envanecimiento, no se hace suficiente énfasis en mostrar la falsedad de los mitos anticatólicos que constantemente se difunden y que forman parte del signo de contradicción que anunció Simeón. Sin olvidar, como recordó el Papa Francisco[xv] que la Iglesia es santa, pero está hecha de pecadores y ha tenido, a lo largo de los siglos, dificultades, problemas y momentos oscuros. No hay por qué ocultarlo ni disimularlo.
En la última conmemoración de los Difuntos, el Papa celebró la Eucaristía en las Catacumbas de Priscila. Durante la homilía se refirió a la idea del signo de contradicción como distintivo de Cristo: «Hoy también hay cristianos perseguidos, más que en los primeros siglos, todavía más. Esto -las catacumbas, la persecución, los cristianos- me hacen pensar en tres palabras: identidad, lugar y esperanza. [….] Nuestra identidad -indica el Evangelio- dice que seremos benditos si nos persiguen, si dicen de todo en nuestra contra; pero si estamos en las manos de Dios llagadas de amor, estamos seguros. Ese es nuestro lugar»[xvi].
Gandia, 10 de enero de 2020.
[i] Evangelio según San Lucas, 2, 34-35.
[ii] Karol Wojtyla: Signo de contradicción. Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid (1978).
[iii] Vittorio Messori: Leyendas Negras de la Iglesia. Ed. Planeta (Barcelona), 11ª edición, (2004). Pág. 10.
[iv] María Elvira Roca Barea: «La Inquisición evitó grandes barbaridades», entrevista por Antonio Moreno en el Portal de la Iglesia Católica de Málaga (Diócesis de Málaga). Publicada el 27 de marzo de 2017 en www.diocesismalaga.es/pagina-de-inicio/2014047261/la-inquisicion-evito-grandes-barbaridades/.
[v] Thomas Woods: How the Catholic Church Built Western Civilization. Ed. Regnery Publishing. Inc. (Washington DC), p.112, (2012).
[vi] María Elvira Roca Barea: Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Ed. Siruela, Madrid (2016), p. 327.
[vii] Martin Amis: Koba el Temible. Ed. Anagrama (Barcelona), p. 197, (2004).
[viii] UniRank: Top Catholic Universities in the world. 2018 UniRank University Ranking. www.4icu.org/top-religious-universities/catholic/ Consultado el 7 de enero de 2020.
[ix] Citado por Thomas Woods. Ibidem. p. 113.
[x] Robert Gaynes: The Discovery of Penicillin-New Insights After More Than 75 Years of Clinical Use. Emerging Infectious Diseases. 2017;23(5):849-853. doi:10.3201/eid2305.161556.
[xi] Alfonso V. Carrascosa: Católicos y científicos: Lavoisier. Revista Ecclesia, 15 abril, 2016. revistaecclesia.com/catolicos-y-cientificos-lavoisier-por-alfonso-v-carrascosa-cientifico-del-csic/
[xii] Mariano Artigas: Tres casos: Galileo, Lavoisier y Duhem. Publicado por Aceprensa, 46/92, abril de 1992. www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/tres-casos-galileo-lavoisier-y-duhem.
[xiii] Vittorio Messori: Ibidem., pp. 117-120. www.infocatolica.com/blog/razones.php/1305250119-galileo-galilei-vittorio-mess
[xiv] Isaías Díez del Río: La religión en Voltaire. Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLIV (2011) p. 519-536. www.rcumariacristina.net:8080/ojs/index.php/AJEE/article/view/62/50
[xv] Santo Padre Francisco: Audiencia General del 2 de octubre de 2013 es.aleteia.org/2013/10/02/documento-iglesia-santa-formada-por-pecadores/
[xvi] Santo Padre Francisco: Santa Misa en Conmemoración de los Fieles Difuntos. Homilía del Santo Padre Francisco. w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2019/documents/papa-francesco_20191102_omelia-defunti.html. 2 de noviembre (2019).