Hace pocos días me inyectaron la segunda dosis de la vacuna de Moderna, una empresa biotecnológica cuyo nombre es el acrónimo en inglés de ARN modificado. En esta tecnología, que también utiliza Pfizer-BioNTech, el ARN(ácido ribonucleico)actúa como un mensajero que transmite a las células del organismo instrucciones para que ellas mismas aprendan a producir las proteínas para luchar contra la enfermedad.
La historia del ARN mensajero en relación con la vacuna comenzó en 1985, cuando una joven bioquímica húngara emigró a EE.UU. junto con su hija de dos años y su marido. También se llevaron el osito de peluche de la niña, que escondía en su interior los escasos ahorros familiares, porque en la Hungría comunista no se podían sacar del país más de 100 dólares. La joven era Katalin Karikó y fue la primera que intuyó las posibilidades del ARNm para inmunizar y curar enfermedades.
Tras largos años de trabajo y dificultades y ante la incredulidad de muchos, las investigaciones de Karikó y su colega Drew Weissman consiguieron solucionar en 2005 los problemas que habían motivado que la terapia con ARN se considerara una idea descartada. Su trabajo pasó desapercibido excepto para Derrik Rossi -uno de los fundadores de Moderna en 2010- y para Uğur Şahin y Özlem Türeci, un matrimonio alemán de origen turco, fundadores en 2008 de BioNTech. Las dos empresas percibieron las posibilidades del descubrimiento de Karikó y Weissman y adquirieron los derechos de las patentes. En 2013 Karikó aceptó la vicepresidencia senior de la aún desconocida BioNTech, cuando nadie imaginaba lo que se nos vendría encima con el COVID-19.
Gracias a las investigaciones de Karikó y Weissman, cuando a finales de 2019 estalló la pandemia, Moderna y BioNTech sabían lo que tenían que hacer para obtener contra reloj vacunas basadas en el ARNm. Una vez que China dio a conocer en enero de 2020 el código genético del virus, BioNTech pudo diseñar su vacuna en unas horas y Moderna diseñó la suya en dos días. En febrero de 2020, Moderna envió al Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU. varios centenares de viales con la vacuna experimental.
Aún pasaron varios meses antes de que concluyeran todas las fases de ensayo, hasta que en noviembre de 2020 el presidente de Pfizer (asociada a BioNTech para el desarrollo de la vacuna), anunció que los datos preliminares de un ensayo con miles de voluntarios mostraban el 90% de efectividad. Katalin Karikó relató su reacción ante el anuncio de esos resultados: «¡Redención! Empecé a respirar muy fuerte. Estaba tan emocionada que sentí gran miedo a morir». Para ella el éxito de la vacuna de ARNm fue la validación de cuarenta años de trabajo sin ningún reconocimiento.
Debemos estar agradecidos a Karikó y Weissman porque, parafraseando a Kipling, siguieron creyendo en sí mismos cuando todos dudaban de ellos. No se rindieron y su trabajo callado y tenaz ha abierto un horizonte prometedor a una nueva generación de tratamientos, no sólo para enfermedades infecciosas, sino también en campos como la oncología y las enfermedades autoinmunitarias. Supongo que les concederán el Premio Nobel de Química, o el de Fisiología y Medicina, o los dos… aunque con la fundación Nobel nunca se sabe.
Somos ya millones los que hemos recibido las diferentes vacunas frente a COVID-19 que se administran en España. Mi experiencia personal se limita a las dosis que recibí en el Museo Fallero de Gandia. Quedé impresionado por la extraordinaria eficiencia que demuestran día a día los profesionales que allí trabajan. Recibí las inyecciones exactamente a las horas previstas, sin colas, en un proceso fluido y amable. Tanto el personal sanitario como el de protección civil y la policía estaban perfectamente coordinados, con un nivel de organización al que no estamos muy acostumbrados. No puedo dejar de mostrar mi agradecimiento a todos ellos y la esperanza de que, cuando todo esto pase, no les despidan mediante un WhatsApp.
Vivimos en un mundo en el que los protagonistas parecen ser los influencers, las estrellas de televisión, las celebrities,cantantes, cantamañanasy más de un político ambicioso. Frente a ellos es esperanzador comprobar como el trabajo silencioso y anónimo de tanta gente normal, en el laboratorio, en el hospital, en las empresas, en la educación, en la sociedad o en el Museo Fallero, es lo que nos mantiene vivos y nos hace seguir esperando que algo bueno nos ocurra.
Hoy, con 66 años, Katalin Karikó sigue investigando, trabajando incansable en busca de «ARN que codifique proteínas terapéuticas, que ayude a curar heridas, sanar huesos o que pueda curar a pacientes con cáncer». Debemos agradecerle, a ella y a todos sus colegas, que estén consiguiendo que podamos mirar hacia el futuro con optimismo.
Gandia, 15 de junio de 2021.
Este artículo se publicó originalmente en Levante-EMV edición de La Safor el 18 de junio de 2021.