Una infusión: «te roig amb gel» –te rojo con hielo- ha sido protagonista de un incidente reflejado por medios de comunicación de toda España. Ocurrió en el Grao de Gandia, cuando alguien se dirigió en valenciano a un camarero y este le indicó que no le entendía. Existen diferentes versiones, pero parece que el camarero era de Sevilla y llevaba pocos meses por aquí. Es lógico que no entendiera la comanda porque, en algunas frases, el valenciano puede sonar a chino.
La respuesta del camarero fue inadecuada, maleducada e incluso impertinente: «Aquí se habla la lengua nacional». La tolerancia, la cortesía y la empatía, por parte del camarero o de ambos, no tuvieron su mejor día. Se percibe rasgos autocráticos en el empeño de imponer el uso de una lengua: el español sobre el valenciano o viceversa. Franco marginó e intentó erradicar en España el uso de lenguas diferentes al castellano y los independentismos diversos pretenden desterrar el uso del español de sus territorios.
The theme is freedom -el tema es la libertad- es el título de un libro de John Dos Passos que podría haber sido el de este artículo, porque todos somos libres de emplear la lengua que queramos y como queramos en cada momento. De la misma opinión fueron los padres fundadores de EE.UU., que no establecieron en su Constitución ninguna lengua oficial, porque controlar o imponer el idioma que debe hablar la gente no es coherente con el concepto de libertad. Hoy en día hay más hispanohablantes en Nueva York que en Madrid, y en EE.UU. hay más personas que hablan español que en España. Siglos antes, la monarquía española de los Austria, al menos hasta 1770, no impuso el español en América, sino que, como explicó Ignacio Ahumada «favoreció antes el desarrollo de las lenguas indígenas que la difusión y asentamiento del español».
La libertad lingüística no es incompatible con el estudio, enseñanza, promoción y fomento de las lenguas, ni con su regularización académica. Pero establecer prohibiciones e imposiciones es cruzar una línea roja y entrar en el terreno del autoritarismo. A las lenguas hay que dejarlas tranquilas, en manos de su legítimo propietario que es el pueblo, para que se usen y modifiquen como quieran, porque las lenguas no son de nadie y son de todos. Es el pueblo quien las crea y modifica. Según Elvira Roca Barea «el lenguaje es una institución social que se genera en los tuétanos de los grupos humanos», por eso los idiomas no son patrimonio de los académicos ni mucho menos de los políticos y, aunque se utilicen las lenguas como argumento identitario, tampoco son propiedad de las naciones.
Obligar al uso de una lengua o introducir por decreto palabras o nuevos significados, es negarle al pueblo una prerrogativa que se remonta al penoso incidente de la torre de Babel. Gracias a la libertad de hablar como queramos existen hoy el valenciano, el castellano y las otras lenguas romances en las que se transformó o deformó el latín, una venerable lengua muerta que nació en la región italiana del Latium (Lacio). Las imposiciones y prohibiciones lingüísticas que restringen la libertad son expresión de lo que Anne Applebaum describe como la seducción o la nostalgia del autoritarismo, que desgraciadamente sigue presente en la sociedad, tanto en la derecha como en la izquierda política.
Los idiomas siguen la dirección que les marca el pueblo, hablando día a día en la lengua que quiere y como le da la real gana. Por eso las imposiciones suelen fracasar. Así ocurre en Cataluña, donde según una reciente encuesta de la Generalitat, el uso del catalán en las aulas ha bajado en 15 años desde el 68% que lo usaban en clase «siempre o casi siempre» en 2006, hasta el 21% actual. En el mismo sentido, una encuesta del Ayuntamiento de Barcelona muestra que el porcentaje de jóvenes de Barcelona que tiene el catalán como lengua habitual ha bajado en cinco años desde el 36% hasta el 28%.
Con muy buena voluntad Lejzer Zamenhof trató de enmendar la confusión de las lenguas del relato bíblico y creó el esperanto como lengua universal. Aunque fracasó en su intento, hay en su memoria en el mundo centenares de de calles y avenidas con su nombre. Si hubiera triunfado su propuesta, en vez de pedir un te roig amb gel se hubiera pedido un ruĝa teo kun glacio… y este articulo nunca se hubiera escrito.
Gandia, 7 de noviembre de 2021.
Este artículo se publicó originalmente en Levante-EMV edición de la Safor el 12 de noviembre de 2021.