Conjeturar sobre el fin de la pandemia es una tarea complicada. La experiencia de las últimas pandemias de gripe sugiere que los virus pasan de impulsores epidémicos a fuentes endémicas de enfermedad dos años después de su aparición. Pero el coronavirus es diferente a la gripe, por lo que este plazo no deja de ser especulativo. Según el historiador de la gripe John M. Barry, COVID-19 «es como la gripe moviéndose a cámara muy lenta», por lo que predecir el final de la pandemia resulta incierto.
A principios de noviembre de 2021 había en España la percepción de que la pandemia se había superado, cuando en realidad comenzaba a desarrollarse la sexta ola. A día de hoy (12/1/2022) se registran en el mundo diariamente unos 2,7 millones de nuevos casos con unas 6.600 muertes diarias. En nuestro país el promedio diario es de alrededor de 120.000 nuevos casos y unos 95 fallecimientos cada día. Cuatro veces más casos diarios que hace un año, pero con la mitad de defunciones.
Interpretar la evolución de esta ola es difícil, ya que hay numerosas variables que la diferencian de las anteriores. Por una parte, la variante Ómicron es mucho más contagiosa que las variantes previas. Además, mientras que hace un año, debido a las restricciones, la movilidad de la población era un 49% inferior a su valor normal, actualmente, con restricciones mínimas y casi testimoniales, la movilidad sólo está el 7% por debajo de lo habitual.
Sin embargo, la protección de la población es ahora muy superior ya que las vacunas han logrado disminuir drásticamente la letalidad del virus, así como el número de ingresos hospitalarios y en UCI. Se ha alcanzado un nivel de vacunación -pauta completa- de aproximadamente al 80% de la población, mientras que en enero de 2021 no llegaba al 1%. Además, se ha avanzado en el tratamiento de la enfermedad, introduciéndose nuevos medicamentos para combatirla y para mitigar sus efectos.
El escenario más probable es que quizá en un par de semanas se pueda llegar a los niveles de incidencia de finales de noviembre, lo que no significaría necesariamente que la pandemia hubiera finalizado. Todo indica que la enfermedad COVID-19 seguirá entre nosotros de forma indefinida, pero aún es muy pronto para considerar que ha evolucionado a una enfermedad endémica como la gripe común. En 2018, el peor de los últimos años, la gripe llegó a causar a 1.852 en todo el año, lo que aún está muy alejado de los 1.100 fallecimientos debidos a COVID-19 sólo en los doce primeros días de enero de 2022. Una vez más parece que el Gobierno ignora la realidad y tiende a minimizar la verdadera trascendencia y peligrosidad del virus.
Debemos ser realistas y reconocer que nadie puede predecir cuándo desaparecerá la enfermedad o cuando entrará en la fase endémica. Aún pueden aparecer nuevas variantes del virus y nadie sabe si serán más o menos peligrosas y más o menos contagiosas que las actuales. Del mismo modo, nadie sabe si las vacunas actuales serán efectivas frente a nuevas variantes. Mientras tanto, en España seguimos con la política del avestruz, escondiendo la cabeza debajo del ala y desviando la responsabilidad hacia un sistema sanitario excesivamente tensionado y sin medios suficientes para hacer frente a una crisis sanitaria como la del COVID-19.
Indudablemente hay medidas que se han resuelto bien, incluso muy bien, como el plan de vacunaciones, pero la falta de previsión y las políticas erráticas y tardías del Gobierno de España han dejado unas secuelas tremendas en términos de economía, salud pública, vidas humanas y equilibrio emocional de la población. España es uno de los países donde se ha detectado un mayor porcentaje de adultos -concretamente el 45%- que afirma que su salud mental y su equilibrio emocional se ha deteriorado desde el inicio de la pandemia.
Gandia, 13 de enero de 2022.
Este artículo se publicó originalmente en el diario LEVANTE-EMV, edición de La Safor, el 15 de enero de 2022.