Iryna y Volodímir son ucranianos. Hablé con ellos hace una semana; quieren traer a Gandía a su hija Anna, a la prima de Iryna y a su hijo Illya. Dos voluntarios espontáneos de Cáritas, Manuel Bertó y Marcos Castellá, fueron el domingo a Cracovia y a Przemyśl para traerles consigo y reunir a la familia. Iryna estaba tensa cuando hablé con ella, a punto de llorar. Vino a pasar unos días con su esposo y no ha podido regresar a su país. Su madre vive en Melytopol, una población ocupada por Rusia, cerca de la central nuclear de Zaporiyia y no puede salir. Se señala la cabeza y el corazón. Dice que Putin no tiene nada dentro. Está vacío. Como en el poema de Eliot Los Hombres Huecos: «Somos los hombres huecos. Somos los hombres rellenos. La mollera llena de paja» llenos de vacío: la cabeza y el corazón.
El domingo estuve otra vez con Iryna, Volodímir y Viktor en la iglesia de Cristo Rey de Gandia. Vasyl Boyko, el capellán de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, había celebrado una misa para la comunidad ucraniana. Quedé con ellos para escuchar sus impresiones y emociones, sus historias personales, sus dramas y esperanzas. La Historia con mayúscula no recoge los rostros, voces y sentimientos de quienes son insignificantes para los libros, aunque sean los depositarios de lo que conocemos como dignidad.
Viktor lleva dos lazos en la solapa. Uno azul y amarillo -los colores de Ucrania- y otro negro y rojo: la misma bandera, pero teñida de sangre, la bandera de Ucrania en tiempos de guerra. Dicen que están muy cansados de la guerra, que lo de ahora ya arrancó en 2014 con la invasión de Crimea y de las provincias de Donetsk y Lugansk. La estación de tren de Przemyśl está abarrotada de ucranianos, la mayoría mujeres, niños y personas mayores que, en muchos casos, no tienen dónde ir. Vienen con lo poco que han podido llevarse y dejan atrás sus hogares y lo que hasta ahora han sido sus vidas. También dejan a familiares que luchan o que no pueden salir del país. Todos llevan en un rincón del corazón sus sueños y esperanzas rotas.
Varias organizaciones se han movilizado en Gandía: los Scout, Cruz Roja, Cáritas y otras entidades y voluntarios. Los cerca de 500 ucranianos residentes en Gandia han creado sus redes de solidaridad, recogen ropa y medicamentos en una nave del Polígono Alcodar (C. Castell de Bairen) y coordinan la llegada de refugiados. Hay que enviar dinero, tanto a las organizaciones humanitarias que trabajan en Ucrania como a las que acogen refugiados. ACNUR cifra en 2 millones el número de refugiados desde el inicio de la guerra. Necesitan transporte, alojamiento, medios de subsistencia, ayuda psicológica… y también todo el amor que podamos darles.
Volodímir casi se ofende cuando le pregunto si se sienten apoyados en nuestro país. ¿Cómo puedo ponerlo en duda?, dice. Lo perciben a diario. Viktor habla de un compañero de trabajo que le ofreció dinero. Pregunto cómo viven este drama y me hablan de una situación depresiva, siempre pensando en lo mismo. Se despiertan a media noche y ya no pueden volver a dormir… No saben si algún día podrán regresar o si volverán a ver a los familiares y amigos que dejaron allí. Sin embargo, tiene fe en su país y en que resistirán al invasor. Cada día que aguantan es una victoria…
Una familia ucraniana y una pareja joven ya han sido alojados por Cáritas de Gandia en una vivienda, a través de la Generalitat Valenciana. La familia -padre, madre, abuela y niña- llegó a la frontera polaca andando desde Kiev y luego tardó cuatro días en coche hasta aquí. Cuando pudieron sentarse en la vivienda de acogida rompieron a llorar. Una vez puesta a salvo su familia, el padre quería volver a Ucrania a defender a su país. Se le convenció de que era más prudente que se quedara con su familia y la sacara adelante.
Mientras, los hombres huecos del Kremlin -la mollera llena de serrín y el corazón de hielo- siguen ordenando ataques, señalando objetivos en el mapa y lanzando amenazas. No les importan los ucranianos, tampoco los rusos. Llegan imágenes de soldados rusos que han sido hechos prisioneros. Chavales jóvenes, que lloran cuando hablan por teléfono con sus madres. Uno de ellos, muerto en combate, le envió a su madre un último mensaje: «Aquí hay una guerra real. Tengo miedo. Estamos bombardeando las ciudades, incluso contra civiles. Nos dijeron que nos darían la bienvenida y están cayendo debajo de nuestros vehículos blindados, tirándose debajo de las ruedas y no permitiéndonos pasar. Nos llaman fascistas. Mamá, esto es tan duro».
Cuando este artículo se publique, Anne, Illya y su madre, si no han surgido contratiempos, ya habrán llegado a Gandia junto con otros cinco refugiados. Un autobús con 26 refugiados más llegará en los próximos días.
Como escribió J. R. R. Tolkien, cuando todo está perdido llega a menudo la esperanza. Esperar con esperanza… Demostremos que estamos con los ucranianos: Slava Ukraini! Gloria a Ucrania.
Gandia, 9 de marzo de 2022.
Este artículo se publicó en Levante-EMV, edición de La Safor, el 11 de marzo de 2022. Fotografía: la estación polaca de Przemsyl, abarrotada de refugiados el lunes 7 de marzo de 2022. (Manuel Bertó).