Prohibir es un verbo que no resulta simpático. La vocación ácrata de los jóvenes franceses de mayo del 68 proclamaba a cuatro vientos la contradictoria consigna de prohibido prohibir (il est interdit d’interdire), el slogan que según Vargas Llosa otorgaba «legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla». Esta visión libertaria utópica siempre ha tenido seguidores porque explota, llevándola al extremo, una aspiración fuertemente arraigada en la naturaleza humana: el ansia de libertad.
Siempre se ha entendido que la máxima de «vive y deja vivir» no puede excluir taxativamente las prohibiciones en una sociedad. No obstante, no faltan gobernantes que parecen encontrar satisfacción conjugando el verbo prohibir, porque es más fácil prohibir que convencer. Un ejemplo de ello es el presidente Pedro Sánchez. Antes de quitarse la corbata e irse de vacaciones, firmó un decreto-ley para prohibir que se superaran los 27°C en el aire acondicionado de comercios y otros establecimientos públicos y privados, y ordenó apagar los escaparates a las diez de la noche.
La finalidad del decreto es loable: promover el ahorro energético en un escenario de inflación creciente e incertidumbre energética, con riesgo de recesión económica a la vuelta de la esquina. Pero la literalidad del decreto ley -en su Artículo 29- y las formas autoritarias, no garantizan que el pretendido ahorro energético se vaya a producir. Sin embargo, puede perjudicarse a sectores ya de por sí castigados como el pequeño comercio, la hostelería y el turismo.
Técnicamente el decreto es una chapuza. La ministra de Ciencia e Innovación, mi paisana Diana Morant, que ha estudiado los complejos procesos de transferencia de calor, debería explicarle al presidente que determinar la temperatura en un recinto refrigerado -un comercio, un hotel o un restaurante- es algo más complicado que sacarse un termómetro del bolsillo y leer la temperatura. Lo normal es que en un mismo recinto existan gradientes de temperatura y que la temperatura media oscile en función de diferentes variables.
También podría aclararle al presidente que para que la medida de una temperatura pueda tener un efecto sancionador, el termómetro debe calibrarse periódicamente, deben seguirse protocolos adecuados y los técnicos que impongan sanciones deberían estar convenientemente capacitados. Como el decreto establece que las condiciones de temperatura -tanto de calefacción como de refrigeración- son para humedades relativas comprendidas entre el 30% y el 70%, la sensación térmica que percibirán los trabajadores y usuarios de un local a 27°C estará comprendida entre 25 y 29°C, lo que es claramente discriminatorio con las zonas geográficas más húmedas de España.
La prohibición se desinfla cuando el decreto admite que la temperatura de 27°C se ajustará a las normativas sobre seguridad y salud en los lugares de trabajo, lo que significa que para trabajos «ligeros», como comercio u hostelería, se puede disminuir a 25°C. Como dice el refrán, «para este viaje no hacían falta tantas alforjas».
Al final persiste la impresión de que el mencionado Artículo 29 del decreto fue redactado con prisas y sin recabar la opinión de expertos, por la urgencia política de transmitir a los ciudadanos que el gobierno está «al pie del cañón» preocupándose por el país. Ante la ausencia de soluciones a los problemas reales cotidianos, quieren dar la impresión de que se-hacen-cosas y por eso ejercen el ordeno y mando, para que se note… Parece que ahora quieren aprobar una ley que prohíba que las mascotas procreen sin autorización administrativa, bajo multa de hasta 10.000 €. Por cierto, el Partido Comunista de China implantó en 1979 la política de prohibir tener más de un hijo por pareja. En 2015 relajaron la prohibición y ahora se permiten dos hijos… previa autorización gubernativa.
No soy libertario ni creo que toda autoridad sea «sospechosa, perniciosa y deleznable», pero me temo que la voracidad en establecer prohibiciones, esconde en el fondo la desmesurada soberbia de algunos gobernantes que creen que los ciudadanos somos irresponsables e ignorantes, y nos tienen que enseñar a la fuerza qué es lo que más nos conviene. Tienen que mostrarnos cómo debemos pensar y como debemos gobernar nuestras propias vidas y nuestros hogares, mascotas incluidas. Como debemos parecer tontos y no habíamos notado como sube el recibo de la luz, han de obligarnos a ahorrar electricidad por decreto-ley.
«Haz lo que digo, pero no lo que hago», parece que piensa el presidente Sánchez cuando en vez de dar ejemplo de ahorro energético se va de vacaciones a Lanzarote y a Doñana a bordo de un helicóptero Super-Puma y de un avión Falcon, cargando al estado la desorbitada factura de combustible, además de dejar una huella de carbono que haría llorar a Greta Thunberg. Podía haberse ido a Cercedilla, que está más cerca de Madrid y tiene un clima muy agradable en verano.
El estrambote de quitarse la corbata se comenta solo.
Gandia, 9 de agosto de 2022.
Este artículo apareció originalmente en el diario Levante-EMV en su edición de La Safor, el 12 de agosto de 2022.