Es antológica la mordaz comparación que hizo el brillante novelista y ensayista británico G.K. Chesterton en 1927 entre los carteristas, el capitalismo y el comunismo: «Es evidente que el carterista es un defensor de la empresa privada. Pero quizá sería exagerado decir que el carterista es un defensor de la propiedad privada. Lo característico del capitalismo y del mercantilismo, según su desarrollo reciente, es que en realidad predicaron la extensión de los negocios más que la preservación de las posesiones. En el mejor de los casos han tratado de adornar al carterista con algunas de las virtudes del pirata. Lo característico del comunismo es que reforma al carterista prohibiendo los bolsillos».
Chesterton defendía la propiedad privada de los medios de producción y la libertad de mercado, pero criticaba el capitalismo extractivo de la época, que obtenía recursos de una mayoría de ciudadanos a favor de una élite extractora minoritaria. De ahí su aforismo: «Demasiado capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas», censurando la concentración del poder económico por el Estado o por unos pocos individuos o empresas.
En sentido estricto y sin entrar en más consideraciones, el capitalismo es un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado. Hoy en día es el sistema económico más extendido, adoptado por regímenes políticos de signos diferentes: desde férreas dictaduras y regímenes autoritarios hasta democracias liberales más o menos desarrolladas.
Karl Marx consideraba al capitalismo como un sistema de producción sustancialmente injusto, en el que las clases proletarias eran explotadas por la burguesía. De esta forma el comunismo de Marx, opuesto al mercado y a la empresa privada, se situó en las antípodas del capitalismo. Los países que implantaron el comunismo fracasaron estrepitosamente, desembocaron en cruentas dictaduras totalitarias y no lograron un desarrollo económico y social aceptable.
Desde la época de Chesterton se fueron introduciendo leyes para evitar la excesiva concentración del poder económico y favorecer la competencia. Una ley pionera contra las prácticas empresariales que perjudican a los consumidores y frente a los monopolios, fue la promovida en EE.UU. por el presidente Woodrow Wilson. «Si el monopolio persiste -decía Wilson- siempre querrá sentarse en el timón del gobierno». El debate político sobre modelos económicos ya no está en cuestionar la existencia de la propiedad privada de los medios de producción, sino en la extensión e intensidad de la intervención del Estado. El centro-izquierda (partidos socialdemócratas) suele apoyar niveles de intervención superiores a los que propone el centro-derecha (partidos populares), pero aceptando ambos el marco de una economía capitalista. Es difícil determinar el punto de equilibrio para alcanzar los beneficios sociales de la intervención sin mermar la iniciativa privada y el desarrollo. Se trata en definitiva del complicado e inestable compromiso entre dos valores primordiales: la libertad y la igualdad.
Sin embargo, la izquierda más radical, que tanto peso tiene en el Gobierno de España, sigue anclada en el anacronismo comunista. El derecho constitucional a la propiedad privada de los medios de producción ha recibido recientemente los exabruptos de la ministra Ione Belarra, que calificó a un conocido empresario valenciano como «capitalista despiadado» y abogó por una «gran intervención pública» en el sector de la distribución alimentaria. A las diatribas de Belarra se sumó Héctor Illueca, vicepresidente de la Generalitat Valenciana. Resulta un tanto cínico que intenten desviar la responsabilidad del efecto demoledor de la inflación sobre los sectores de población más desfavorecidos, cuando la realidad es que el gobierno del que forman parte no ha sido capaz de aplicar medidas efectivas para frenar dicho impacto negativo.
Tanto el gobierno de España como el de la Generalitat Valenciana presentan síntomas evidentes de personalidad múltiple, dicen que apoyan al empresariado por las mañanas y por las tardes lanzan críticas despiadadas a empresas y empresarios… Es comprensible el desconcierto que deben tener quienes se consideran socialdemócratas. Parafraseando a Cicerón la pregunta es: ¿Hasta cuándo abusaran Belarra y compañía, de nuestra paciencia?
Como contrapunto, el denostado capitalismo se ha implantado en un país comunista como la República Popular China. El empresariado chino recibe elogios de su gobierno en vez de improperios; apoyo en vez de amenazas. Según el medio oficial del Partido Comunista de China (People´s Daily), «la economía privada es un elemento importante de la economía de mercado socialista y desempeña un papel insustituible para estabilizar el crecimiento, promover la innovación, crear empleos y mejorar los medios de vida de las personas».
El sector privado aporta a la economía de China más del 60% del PIB, mientras que la aportación privada en España fue del 48% en 2020. Se podría decir que la China comunista es más capitalista que España o, mutatis mutandis, que España ya es más comunista que China.
Gandia, 13 de febrero de 2023.
Este artículo se publicó originalmente en la edición de La Safor del Levante-EMV, el 16 de febrero de 2023.