Un hálito de tristeza teñida de miedo e impotencia cubría la ciudad. Las calles, antes bulliciosas, amanecieron desiertas y seguirían vacías durante mucho tiempo. Ocurrió un domingo de hace tres años, el 15 de marzo de 2020 al entrar en vigor el estado de alarma por el coronavirus. Ahora nos esforzamos por olvidarlo, por pasar página y desterrarlo de la memoria; pero sería un error. Es conocida la frase de Santayana: «Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».
Recordar es necesario. Es obligado el análisis crítico para enfrentar la próxima pandemia que algún día llegará. No aprender las lecciones de la pandemia no es sólo un error, sino también una forma de deslealtad con los que sufrieron la enfermedad, con los que ya no están entre nosotros y también con el personal sanitario y de empresas esenciales cuyo esfuerzo rozó lo sobrehumano. Gracias a su valor y profesionalidad se atenuaron los golpes de la pandemia y del confinamiento.
El olvido de la pandemia es la reacción lógica de intentar borrar de la memoria las experiencias dolorosas. Como comentó el epidemiólogo Jeffrey Lazarus,«la gente se acuerda de 2020 y no quiere saber nada del Covid. Estamos pagando el precio de los errores del confinamiento». Y en un artículo publicado recientemente en la revista Nature advirtió que la «fatiga pandémica amenaza con socavar nuestra vigilancia y la eficacia de nuestras respuestas a los desafíos actuales».
La evaluación de la gestión de la pandemia en España conduce a conclusiones demoledoras, extensibles a muchos países y a un organismo presuntamente solvente como la OMS. El memorial de desaciertos es extenso, entre ellos destacan la falta de preparación, la respuesta tardía e ignorar que el virus se transmite por el aire.
La pandemia no fue sorprendente ni inesperada. Ya se sabía que en cualquier momento alguna especie de coronavirus podía desencadenar una epidemia grave. Los brotes de coronavirus en China en 2003 y en Arabia Saudí en 2012 debieron ser una llamada de atención para las autoridades, pero no lo fueron. Nadie se preocupó de reforzar los sistemas sanitarios ni de crear reservas estratégicas de mascarillas, respiradores o equipos de protección individual.
La respuesta tardía fue generalizada. Las medidas para evitar contagios -control de fronteras, prohibición de actos públicos, limitaciones a la movilidad, cierres y confinamientos- se adoptaron en España demasiado tarde. Si se hubieran adelantado las intervenciones, el número de casos se habría reducido en más del 80% y el número de muertes aún se hubiese reducido más al evitarse el colapso hospitalario. Este es el resultado que ofrece un estudio contrafactual que se publicará próximamente en una revista indexada, donde se supone un adelanto de los estados de alarma y de las restricciones aplicadas después de Navidad de 2020.
La respuesta temprana habría permitido aplicar medidas menos severas durante menos tiempo. Aunque parezca paradójico, en países como España que implantaron las mayores restricciones, se registró más mortalidad y su economía resultó más dañada. Desgraciadamente, las consecuencias de los desaciertos se midieron en vidas humanas, enfermos, ingresos hospitalarios, deterioro de la economía y secuelas que perjudicaron más duramente a los sectores más débiles.
Todos cometemos errores y nos podemos equivocar. Lo decente en esos casos es hacer autocrítica y pedir disculpas. La OMS no se ha disculpado por no admitir a tiempo la transmisión por el aire del coronavirus. Según José Luis Jiménez, experto en transmisión de enfermedades de la Universidad de Colorado, «negar que el virus se transmite por el aire es uno de los errores más graves en la historia de la salud pública […] Decir que se transmitía por superficies y no por el aire permitió a la pandemia expandirse».
El presidente Pedro Sánchez tampoco pidió disculpas. En abril de 2020 contestó arrogantemente a las críticas sobre su gestión: «Hay mucho profeta del pasado, a toro pasado todos son Manolete». Dos meses después se proclamó triunfador: «Hemos vencido al virus». Cuatro meses después tuvo que decretar el segundo estado de alarma. Lo peor de la pandemia estaba por llegar. Sánchez y la OMS no fueron los únicos que se equivocaron. Fueron muchos los gobernantes de todas las tendencias que, siguiendo el símil taurino, no supieron torear al virus. Sin embargo, no era imposible: Taiwán, Nueva Zelanda o Finlandia supieron combatir la pandemia. Durante el periodo más crítico -hasta febrero de 2021- los fallecimientos por millón de habitantes fueron en Finlandia diez veces inferiores a los de España.
No deberíamos olvidar. Petros Márkaris, el escritor y creador del comisario ateniense Kostas Jaritos, no ha olvidado. Contaba Márkaris que la escritura fue el bálsamo con el que se protegió frente al desasosiego: «Escribir fue mi salvación durante la pandemia». Su reciente libro –Cuarentena- incluye relatos sobre el Covid: paisajes de Atenas durante la pandemia, donde los más vulnerables, los sintecho, protagonizan las historias más crudas y emotivas. La solidaridad y la esperanza se abren paso, incluso por la ciudad herida, desierta y confundida.
Gandia, 25 de febrero de 2023.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Levante-EMV en su edición de La Safor, el 2 de marzo de 2023.