Hace unos días vi Oppenheimer, una película densa e impecable centrada en la compleja y ambigua personalidad de Robert Oppenheimer, en sus dilemas morales y en la bomba atómica. El matemático y físico alemán Max Born, uno de los padres de la mecánica cuántica y abuelo de la actriz Olivia Newton-John, tan solo es mencionado incidentalmente en la película, ya que dirigió la tesis doctoral de Oppenheimer en Gotinga.
Born era así, pasaba desapercibido. Casi se olvidaron de concederle el premio Nobel -se lo otorgaron a los 72 años- a pesar de haber creado el término «mecánica cuántica». No solo destacó por su gran altura científica sino también por sus reflexiones éticas y filosóficas, sobre la necesidad de la sensatez y el sentido común. Condenó el uso de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y el bombardeo indiscriminado de ciudades. Después de la II Guerra Mundial impulsó un manifiesto suscrito por científicos de primera fila dirigido a los gobiernos y a la opinión pública, alertando sobre los problemas éticos del armamento nuclear: el dilema entre morir todos o adquirir «un ligero grado de sentido común».
Aquí y ahora el peligro persiste. En una reciente declaración Moscú ha anunciado que tendría que utilizar un arma nuclear si la actual contraofensiva de Kiev fuera un éxito.
Según Born el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible, mientras que la razón distingue entre lo sensato y lo insensato. Hasta lo posible puede carecer de sentido. Ese es el caso de uno de los episodios más sombríos de la película Oppenheimer: las celebraciones en Los Álamos por el lanzamiento de la bomba de Hiroshima. Podría ser comprensible la alegría por el fin de la guerra, pero celebrar la explosión atómica con fiestas, alcohol y un jovencísimo Richard Feynman tocando los bongós resulta insensato. Parece una macabra celebración de la muerte de los miles de víctimas que causó la bomba.
Born también escribió sobre la inacabable búsqueda de la verdad, que es lo que, en definitiva, persigue el científico: «Hemos llegado al final de nuestro viaje hacia las profundidades de la materia. Hemos buscado terreno firme y no lo hemos encontrado. Cuanto más penetramos, más inquieto se vuelve el universo, y más errante y nublado […] No hay un lugar fijo en el Universo: todo corre y vibra en una danza salvaje».
En el mundo que habitamos y en la existencia que vivimos no llegaremos a encontrar nunca ese terreno firme. Sin embargo, la búsqueda de la verdad no es estéril, sino que es un viaje maravilloso hacia el conocimiento. Un viaje en el que el hombre es capaz de comprender al menos una parte de nuestro universo. Más allá de la ciencia, las reflexiones de Born se extienden a la tenaz búsqueda del hombre de puntos de apoyo: en nuestras vidas, en la sociedad, en la historia… Es la expresión del anhelo del hombre por algo fijo, «algo en reposo en el torbellino universal: Dios, la Belleza, la Verdad».
Sin embargo, en la búsqueda de puntos de apoyo frente a los vaivenes, golpes e indecisiones que la vida nos depara, existe el riesgo de que los individuos y la humanidad descarrilen. Así ha ocurrido a menudo en la historia. Los maximalismos y fundamentalismos de cualquier naturaleza, entendidos como la exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina política, religiosa o filosófica, causan desvaríos y tragedias cuando toman como verdades incontestables lo que sólo son creencias, opiniones o hipótesis. Se asumen puntos de apoyo ficticios y se pretende mover el mundo y moldear a las personas, incluso a golpes de martillo. Born llegaba a la conclusión de que «la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma, es la raíz de todos los males del mundo».
La política, que con frecuencia se centra en alcanzar a toda costa el poder, exprime al máximo las posibilidades, pero llega a sacrificar lo razonable, la sensatez y el sentido común. También aquí y ahora, tras las elecciones del 23-J, los partidos entran en la dinámica de buscar a cualquier precio lo posible antes de lo razonable. Personalmente no entiendo como los partidos mayoritarios en España, que representan la centralidad y la moderación, no son capaces de buscar soluciones razonables, a pesar de contar conjuntamente con las tres cuartas partes de los escaños del Congreso. Sería posible y sensato.
Oppenheimer, en los momentos posteriores al ensayo de la bomba, evocó un texto hindú: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos». La película no aclara si lo dice con el orgullo de haber creado la bomba, o con la angustia y arrepentimiento por la falta de sentido y por el daño que causaría. Sobrevuela de nuevo la idea de Born: hasta lo posible puede carecer de sentido.
Gandia, 31 de julio de 2023.
Publicado en la edición de La Safor del LEVANTE-EMV el 4 de agosto de 2023. La fotografía es de Max Born.