El verano decae cuando septiembre comienza. Empieza el curso escolar, llegan las lluvias y la playa de Gandia espera al otoño. Pronto quedará desierta y especularemos sobre el mito de la desestacionalización del turismo. La temporada estival ha estado dominada por un puñado de argumentos, exprimidos hasta la saciedad en medios y redes sociales. Elecciones, pactos, el descuartizador de Tailandia y el beso australiano de Luis Rubiales.
A propósito del beso puede, por contraste, evocarse el afamado cuadro de Gustav Klimt. Una obra maestra, delicada y exquisita. A años luz de la tosca y prepotente figura de Rubiales avasallando a Jennifer Hermoso. No sé mucho del besucón, pero sospecho que el poder le ha nublado la mente. Tenía razones para sentirse poderoso con un salario de más de 900.000 euros brutos anuales entre lo que cobraba de la RFEF, lo que le pagaba la UEFA y una pintoresca «ayuda a la vivienda» de 36.000 euros anuales. Rubiales cobraba diez veces más que el presidente del Gobierno, lo que es escandaloso en una entidad sin ánimo de lucro como la Real Federación Española de Fútbol, que además es de utilidad pública. Sólo la ayudita a la vivienda de 3.000 euros mensuales es superior al salario que perciben en nuestro país más del 70% de los trabajadores. Así podía permitirse una morada del estilo de la Mojo Dojo Casa House de Ken en la película Barbie, aunque no pudiera presumir del rubio platino que lucía Ryan Gosling.
Los pactos que se intentan fraguar para gobernar España tienen algo en común con los besos. Son matrimonios de conveniencia sellados con ósculos más falsos que el de Judas. Los pactos son un tema de mayor envergadura y trascendencia que el deplorable besuqueo de Rubiales y, aunque son legítimos e incluso puedan ser convenientes, en la situación actual adquieren perfiles cuestionables y preocupantes. Se ha hecho realidad ese damero maldito que ya se intuía que las elecciones podían generar.
La aritmética de los resultados electorales del pasado julio es la siguiente: a) Tan sólo tres partidos aumentaron sus escaños respecto a las elecciones de noviembre de 2019: el PP ganó 48 escaños mientras que PSOE y Bildu ganaron uno cada uno. El resto de partidos disminuyeron su representación parlamentaria, excepto el BNG que mantuvo el escaño que ya tenía. b) Vox perdió 19 escaños y la coalición Sumar perdió 7 respecto a sus predecesoras: Podemos y Más País. Es el chiste fácil de que Sumar en vez de sumar, resta. c) Los tres partidos independentistas catalanes sufrieron un notable descalabro. ERC, Junts y la CUP perdieron en conjunto 9 escaños de los 23 que tenían y se quedaron con 14 (siete ERC y siete Junts). Habría que remontarse a las generales de 2008 para encontrar un resultado peor de los partidos catalanistas, que en aquella ocasión obtuvieron 13 escaños.
Las ineficiencias del sistema electoral llevan a una paradoja: quienes más pierden quedan en una situación poderosa, que les otorga la posibilidad de imponer sus políticas sin necesidad del apoyo popular. El expresidente Felipe González comentó hace poco que «las minorías tienen que respetar a las mayorías» y que «si las minorías dicen a las mayorías: te faltan cinco o seis votos y te voy a cobrar como setenta, las mayorías no son respetadas por las minorías».
Junts y ERC son una exigua minoría a nivel nacional y también son minoría en Cataluña. El independentismo sólo ha obtenido -contando con la CUP- el 27,1% de los votos de Cataluña, pero se creen poderosos para imponer al resto de los españoles cuestiones como la amnistía y la autodeterminación. Se creen por encima del estado de derecho, de los tribunales, de las instituciones y de la voluntad popular. Ellos son la voz del pueblo, aunque el pueblo cada vez les vote menos…
Lo sensato sería no entrar en su juego ya que, como buenos chantajistas, nunca se conformarán con lo que obtengan y siempre pedirán más. Sin embargo, se les escucha y complace. Incluso la vicepresidenta Yolanda Díaz visita en Bruselas al prófugo de la justicia Puigdemont. Lo que no obtuvieron en las urnas ni en los tribunales lo podrían conseguir gracias a las ansias de poder del presidente Sánchez que, como Rubiales, parece muy enamorado de su Mojo Dojo Casa House del Palacio de la Moncloa.
En estas circunstancias sería sensato que el presidente en funciones siguiera el consejo que le ha brindado Felipe González: «Si el presidente del Gobierno dice que todo lo que se haga será en el marco de la Constitución, yo digo: de acuerdo. Hágase en el marco de la Constitución y dígase que en este marco no cabe ni la amnistía, ni autodeterminación». Y yo añado: si no les gusta la Constitución, que se cambie mediante un referéndum en el que votemos todos.
Gandia, 10 de septiembre de 2021.
Publicado en la edición de La Safor del LEVANTE-EMV el 21 de septiembre de 2023. Fotografía del cuadro El beso de Gustav Klimt.