El medioambiente y el cambio climático ocupan un espacio considerable en medios de comunicación y redes sociales, y son fuente de controversia. El debate se ha colonizado por los extremos: negacionistas del cambio climático y catastrofistas que anuncian un apocalipsis. Las divergencias han migrado de lo científico a lo político adquiriendo rasgos de ferocidad alejados del debate civilizado. Con tanto ruido de fondo es difícil separar el grano de la paja: el argumento del exabrupto.
Negar, por ignorancia o mala fe, las evidencias empíricas y rechazar los datos, se acerca a la pseudociencia o la charlatanería. Cuestión diferente es dudar de las teorías y modelos o disentir de lo que se suele denominar ‘consenso científico’, que es mudable y nunca equivaldrá a un dogma. Las teorías deben ser puestas en duda para que la ciencia avance y el trabajo del científico es cuestionar teorías establecidas y encontrar evidencias empíricas que no se podían explicar. Karl Popper, filósofo de la ciencia, decía que «el juego de la ciencia no se acaba nunca. Cualquiera que decide que los enunciados científicos no requieren ninguna contrastación ulterior y que pueden considerarse definitivamente verificados, se retira del juego».
Sobre el cambio climático existen datos, teorías y modelos. No tiene sentido poner en duda los datos: el aumento de la concentración de CO2 o los incrementos de las ‘anomalías térmicas’ (diferencias respecto a la temperatura media entre 1951 y 1980). Pero tampoco es correcto acusar de negacionismo a quien cuestione, en todo o en parte, teorías o modelos que, aunque puedan ser útiles para vislumbrar lo que deparará el futuro, sólo son hipótesis provisionales.
El cambio climático es real y no es nuevo en la historia. Ha ocurrido desde hace millones de años porque todo en el universo es cambio y movimiento y nuestro planeta no es la excepción. El clima no es estable y en los últimos años evoluciona hacia el calentamiento, lo que implica efectos potencialmente perjudiciales.
Paradójicamente el calentamiento podría conducir al colapso del sistema de corrientes oceánicas del Atlántico (AMOC) que podría provocar un enfriamiento notable en Europa e incluso una pequeña edad del hielo. Nadie sabe con certeza lo que ocurrirá, ya que son muchos los factores implicados, pero es importante prepararse para ello.
Si el negacionismo es insensato, el catastrofismo no le va a la zaga. Sufrimos un bombardeo continuo de titulares y declaraciones tremendistas de políticos e influencers que auguran desastres sin fin y que no cesan de alimentar polémicas que estimulan el negacionismo. Según la ‘profecía’ del ex vicepresidente Al Gore en 2006, hace ya ocho años que deberíamos haber llegado a un ‘punto de no retorno’ para salvar el planeta. Hace poco el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó solemnemente que «la era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global». El tremendismo lleva a la pasividad, a la ecoansiedad y la desesperanza, aunque para algunos pueda resultar económica o políticamente rentable.
Lejos de los extremismos, la tendencia del ecopragmatismo reconoce los problemas ambientales y climáticos, pero se muestra moderadamente optimista sobre la capacidad de la humanidad para hacer frente a ellos. Sostienen que con la ayuda de la ciencia y de la tecnología se pueden resolver los problemas del medioambiente sin mermar el desarrollo económico.
También Hannah Ritchie, subdirectora de Our World in Data, elude el catastrofismo frente a la crisis climática y opina que la sensación de que ‘es demasiado tarde’ conduce a la inacción. En un libro reciente titulado No es el fin del mundo (Not End of the World), se muestra cautelosamente optimista ya que los datos ambientales de los últimos diez años inducen a ello. Por ejemplo, la notable reducción de las emisiones de CO2, que a nivel mundial están ya cercanas a alcanzar un máximo y que han disminuido notablemente en la Unión Europea, EE.UU., Canadá y muchos otros países. Frente al tremendismo, hace referencia a que, aunque los titulares puedan ofrecer una impresión diferente, el riesgo de morir a causa de catástrofes relacionadas con el clima ha disminuido en más del 99% desde 1920, gracias a la mayor resiliencia de la humanidad como resultado del desarrollo económico. Ritchie afirma que es posible limitar los efectos del cambio climático y adaptarse a sus efectos, e incluso puede que seamos la primera generación en construir un planeta sostenible.
En cualquier caso, es conveniente recordar el consejo de Karl Popper a los científicos, que «deberían volverse un poco más humildes y, sobre todo, menos dogmáticos. Si no, la ciencia se queda en el camino». Creo que esta recomendación también les será útil a algunos políticos, para quienes todos los que no coinciden con sus puntos de vista quedan convertidos automáticamente en herejes.
Gandia, 25 de febrero de 2024.
Publicado en la edición de La Safor del diario Levante-EMV el 29 de febrero de 2024.