¿Qué pasa con la paz?

Este artículo se publicó en el Nº 40 de la revista L7D de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de Gandia https://dolorosagandia.com/2024-2/ en marzo de 2024. Fotografía de una ametralladora italiana durante la batalla de Vittorio Veneto en octubre de 1918.

«Mis héroes ya no son los soldados y el rey, sino las cosas de la paz […] Pero nadie ha conseguido entonar una epopeya por la paz, ¿qué pasa con la paz, que apenas se deja describir?». Ese es el lamento del narrador en la película El cielo sobre Berlín,[1] que toma el nombre de Homero, el primer poeta de la historia, cronista de la guerra de Troya y de las gestas de Aquiles y Odiseo. La película transcurre en Berlín antes de la caída del muro. Cansado y envejecido, Homero se pregunta sobre su misión como cronista del mundo: ¿Qué pasa con la paz? ¿Por qué se canta a las hazañas y héroes de la guerra, pero no se encuentran las hazañas y héroes de la paz?

La historia está teñida con la sangre de las guerras. Grandes relatos de batallas y el recuerdo de victorias pretéritas en nuestros pueblos y ciudades rememoran la muerte, porque como ya dijo Svetlana Alexiévich «la guerra no es más que matar».[2]

En Italia se encuentran calles y plazas con el nombre de Vittorio Veneto, el pueblo donde en octubre de 1918 comenzó la última gran batalla de la I Guerra Mundial. Combatieron Italia y el Imperio austrohúngaro y, en once días, murieron o resultaron heridas más de 120.000 personas. Lo que no se recuerda es que fue una batalla prescindible porque la guerra ya estaba decidida y el imperio de los Habsburgo derrotado y desmembrado. Tampoco se recuerda que esa guerra, con sus diez millones de muertos, no sólo fue injusta, sino también inmotivada. «Si hoy, reflexionando con calma, nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra en 1914, –escribió Stefan Zweig[3] no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo».

Pocos días después de Vittorio Veneto, el 11 de noviembre de 1918, los Aliados y el Imperio Alemán firmaron el armisticio. Pasaron seis horas entre la firma y la hora convenida para el alto el fuego. Un joven capitán quiso aprovechar el tiempo y mantuvo sus cañones disparando contra el enemigo hasta quince minutos antes del cese oficial de hostilidades. En una carta a su esposa lamentaba la paz con palabras brutales: «Es una pena que no podamos ir y devastar Alemania y cortar las manos, los pies y el cuero cabelludo de algunos de los niños alemanes y de algunos de sus viejos…».[4] Ese capitán era Harry S. Truman y en 1945 se convirtió en presidente de EE.UU. Su belicosidad no se había atenuado y, en agosto de 1945, ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Murieron más de 240.000 personas. Al igual que en Vittorio Veneto, las bombas fueron una atrocidad prescindible. La guerra no es más que matar.

La paz es el sueño inalcanzable de la humanidad. En la Iglesia son habituales las invocaciones a la paz: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor», pero sufrimos el azote perenne de la guerra, simbolizada por el segundo jinete del Apocalipsis: «Y vi aparecer otro caballo, rojo como el fuego. Su jinete recibió el poder de desterrar la paz de la Tierra, para que los hombres se mataran entre sí».[5] Si Dios existe, ¿por qué permite que haya guerras? ¿Por qué existe el mal en el mundo?

Olai es el nombre de un personaje de ficción de un relato de Jon Fosse.[6] Un humilde pescador de un fiordo noruego, a quien las preguntas sobre el mal le crean dudas de fe: «Existe un Dios, sin duda, piensa Olai. Pero está muy lejos y muy cerca, aquí mismo está […] Y este Dios no es el único que gobierna el mundo y a las personas, desde luego que también está aquí, pero no cabe duda de que se despistó mientras creaba el mundo» y Olai también está seguro de «una voluntad activa de Satanás». ¿Cómo se puede creer en Dios cuando hay tanto mal? La anciana tía del escritor Rob Riemen le explicó a su sobrino que «¡El mal existe! y siempre existirá […] a mí me han enseñado que hay tanto un cielo como una tierra, pero que no hay un cielo en la tierra».[7]

Dios no es el origen ni la causa de la guerra, sino que la rivalidad destructiva de los hombres es la que enfrenta a las personas y a las naciones conduciéndolas a la destrucción. Al jinete del Apocalipsis le resulta fácil desterrar la paz de la tierra, porque tiene la ayuda de la ambición, el odio y la maldad del hombre, expresiones –a fin de cuentas– del rechazo a Dios.

Aunque el narrador de El cielo sobre Berlín lamenta no encontrar héroes de la paz, éstos sí que existen. Siempre han existido, aunque no tengan la notoriedad de los héroes de la guerra. Giacomo della Chiesa (1854-1922) fue uno de ellos, aunque sus esfuerzos fueran olvidados. Fue elegido papa en 1914, recién comenzada la I Guerra Mundial, con el nombre de Benedicto XV. Desarrolló una incansable actividad encaminada a la conciliación en un conflicto que describió como «el suicidio de la Europa civilizada». Sus esfuerzos humanitarios y su empeño por la paz, aunque baldíos, explican que fuera conocido como el «papa de la paz».

Benedicto XV condenó enérgicamente la guerra: «la más tenebrosa tragedia del odio humano y de la humana demencia» y utilizó los recursos de la Iglesia y sus relaciones diplomáticas para paliar la situación de heridos y prisioneros, auxiliando a las familias de las víctimas. En agosto de 1917 presentó una detallada propuesta de paz que hizo llegar a los países beligerantes, planteando un programa basado en el arbitraje internacional, la devolución de los territorios ocupados y la renuncia a indemnizaciones: una paz sin vencedores ni vencidos. Ese mismo año escribió a los obispos de todo el mundo pidiendo que se elevaran hacia María, Madre de misericordia, «desde todos los lugares de la tierra […] desde allí donde haya un alma fiel, desde los campos y los mares ensangrentados» la invocación Regina pacis, ora pro nobis, que se incorporó como la última de las letanías del Rosario.

La estela de paz que dejó Benedicto XV la siguieron sus sucesores hasta nuestros días. El Jueves Santo de 1963, en plena guerra fría, Juan XXIII publicó la encíclica Pacem in terris [8] dirigida a los católicos y «a todos los hombres de buena voluntad». La encíclica fundamenta la paz sobre la verdad, la justicia, la libertad y el amor, y es un firme rechazo a la guerra y a la carrera de armamentos. El papa Juan afirmó que en la era atómica es impensable que la guerra pueda ser un instrumento de justicia: «en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado». Esta misma idea la expuso el papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti [9] al afirmar que «hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’».

Francisco insistió en que la guerra no es un «fantasma del pasado» sino una amenaza presente, la «negación de todos los derechos», «una derrota frente a las fuerzas del mal».[10] Hoy el jinete del Apocalipsis sigue en su empeño de desterrar la paz de la Tierra, no sólo en Ucrania y Palestina, sino también en guerras olvidadas como las de Birmania, Somalia o Sudán.

El mensaje del cristianismo sobre la paz nos alcanza a todos: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios»[11]. Porque la paz no es sólo la ausencia de guerras, sino que es armonía con uno mismo y con los demás: concordia, amistad, conciliación… Trabajar por la verdad, la justicia, la libertad y el amor es también trabajar por la paz, algo a lo que todos podemos contribuir.

 Gandia, marzo de 2024.


[1] Película alemana de Wim Wenders de 1987, también conocida como Las alas del deseo, interpretada por Bruno Ganz y Otto Sander.

[2] Svetlana Alexiévich. Los muchachos del zinc. Ed. Debate (2016).

[3] Citado por Rob Riemen en El arte de ser humano p. 81. Ed Taurus (1923).

[4] Harry S. Truman. Carta a su esposa del 11 de noviembre de 1918: WWI Letter from Harry to Bess. Harry S. Truman Presidential Library & Museum. www.trumanlibrary.org.

[5] San Juan. Apocalipsis, 6:4.

[6] Jon Fosse. Mañana y tarde. Ed. Nórdica Libros-De Conatus (1923).

[7] Rob Riemen. El arte de ser humano p. 65. Ed Taurus (1923).

[8] Juan XXIII. Encíclica Pacem in terris (1963).

[9] Francisco. Encíclica Fratelli tutti (2020).

[10] Ibidem. Cap. 7.

[11] Evangelio según San Mateo 5,9.

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