Un cuadro de Delacroix inmortalizó la Revolución de Julio de 1830, en la que las clases medias y populares se alzaron en París contra el gobierno autocrático de Carlos X. La Libertad guiando al pueblo es el título de ese cuadro, apología de la lucha callejera durante aquellas ‘tres gloriosas’ jornadas. Una mujer con los pechos desnudos, enarbolando la bandera francesa y con una bayoneta en la otra mano, es la imagen alegórica de la libertad. A sus pies queda la barricada formada por adoquines, vigas de madera ensangrentadas y cadáveres. Esa rebelión llevó al trono a Luis Felipe I, al que llamarían el ‘rey ciudadano’ y ‘el rey de las barricadas’.
Dos años después volvieron las barricadas a Paris y fue Víctor Hugo quien las inmortalizó en su novela Los miserables. El funeral del general Lamarque, en junio de 1832, encendió la revuelta. El novelista nos conduce a la barricada de la calle Chanvrerie, entretejiendo los acontecimientos históricos con personajes de ficción como Marius o el inolvidable Gavroche. No obstante, el rey de las barricadas siguió en el trono hasta que otras nuevas barricadas forzaron en 1848 su abdicación y se proclamó la Segunda República.
La palabra ‘barricada’ procede del francés y alude a las barricas o toneles que, junto con los adoquines, se usaban para su construcción. Son un símbolo de la revolución y ya se sabe que las revoluciones difícilmente se realizan sin sangre y sufrimiento. En ocasiones pueden ser inevitables, algo así como la guerra justa sobre la que teorizaron juristas y filósofos, aunque no suelen ser la mejor alternativa para solucionar problemas. La barricada se alimenta de entusiasmo, idealismo y esperanzas utópicas irrealizables. Lamartine, escritor y político que formó parte del gobierno provisional de la Segunda República, sostenía en un ensayo sobre Los Miserables que «la más homicida y la más temible de las pasiones que se pueden infundir a las masas, es la pasión de lo imposible». La pasión sobre la que se edifica la barricada…
Aunque simbólicas, las barricadas están presentes en España. La política de barricadas está en las antípodas de las reflexiones de Indalecio Prieto, socialista y ministro de Defensa durante la Guerra Civil. Comentando el testamento de Primo de Rivera, exponente del fascismo español, Prieto escribió en 1947 que «acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si estas valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla».
La palabra ‘serenidad’ contrasta con las sesiones parlamentarias de hoy en día. Sus señorías no llegan a arrancar los escaños y las lámparas para levantar barricadas físicas, pero construyen barricadas virtuales mediante improperios, ataques personales, zascas, infundios y el desprecio, suplantando el debate sereno por un reñidero de gallos.
Parece que el Gobierno quiere erigir un muro virtual que divida el país, separando a las ovejas de los cabritos al estilo de un Juicio Final anticipado. Los muros son barricadas a lo grande: menos improvisadas y mejor construidas. Sirven de protección frente a presuntos enemigos reales o imaginarios y, recurriendo a un símil matemático, dividen en vez de sumar, separan en vez de unir. Véase el Muro de Berlín que, aunque construido años después de la derrota de la Alemania nazi y la Italia fascista, recibió oficialmente el nombre de ‘Muro de Protección Antifascista’ y que en vez de proteger, tenía la función de impedir salir de la Alemania comunista a los ciudadanos.
Me produce cierta pereza abordar la reciente dimisión, -anunciada y desmentida- del presidente, investido por uno de sus ministros con el título honorífico de «el puto amo». Se ha comentado tan extensamente que invita al bostezo. Presumo que esa escena quiere ser coartada o justificación del muro y por eso creo que Sánchez se hubiera ahorrado palabras si, cuando anunció que no dimitía, se hubiera limitado a decir: ¡Os lo habías creído, tontos del culo!
La película Los miserables (2012) recreó con una grandiosa puesta en escena el cortejo fúnebre de Lamarque y la lucha en la barricada. Los revolucionarios entonaban la canción ¿Escuchas al pueblo cantar?, un tema desbordante de romanticismo y fervor revolucionario: «Más allá de la barricada ¿Hay un mundo que anhelas ver?». No sabían que más allá de las barricadas no encontrarían nada más que otra barricada u otro muro… Dividir, separar o enfrentar nunca nos llevará a ese anhelado mundo ideal.
Gandia, 12 de mayo de 2024.
Este artículo se publicó el 14 de mayo de 2024 en la edición de La Safor del diario Levante-EMV. Imagen: La Libertad guiando al pueblo (La Liberté guidant le peuple) cuadro de Eugène Delacroix de 1830, conservado en el Museo del Louvre.