Ya no se habla del COVID-19 como de una pandemia, porque ahora es políticamente más correcto hablar de rebrotes. Además de ser más cool, se evita la palabra maléfica que evoca los duros meses de marzo y abril. Rebrote es una descripción más suave, evoca a las plantas, a las flores y los árboles. Rememora los brotes verdes que inmortalizó el presidente Zapatero y siembra la esperanza de una primavera robada que algún día viviremos.
Tiempo de rebrotes, de noticias diarias y mapas sobre la aparición y evolución de esos retoños de la pandemia. Aunque no se quiera reconocer y se evite llamar a las cosas por su nombre, la realidad es que estamos viviendo una nueva oleada de la pandemia con secuelas difíciles de prever y que España, por desgracia, está a la cabeza de la Unión Europea en esta oleada.
A principios de julio Pedro Sánchez dijo que le «gustaría trasladar a la ciudadanía que no bajemos la guardia, pero también que no nos dejemos atenazar por el miedo». El presidente dijo que «hay que salir a la calle, […] recuperar la economía y ser conscientes de que el Estado hoy está mucho mejor pertrechado para luchar contra el virus». Parece que cada vez que Sánchez habla, sube el pan, porque apenas unos días después la pandemia volvió a escalar lo que ya había desescalado. La incidencia acumulada de casos se ha multiplicado por más de seis durante el mes de julio (me refiero a casos diagnosticados los catorce últimos días por cada 100.000 habitantes), por lo que quizá no fue una buena idea animar a la gente a salir a la calle sin miedo.
Como ya ocurrió a principio de marzo, se está llegando tarde. Cuando nos enfrentamos a una epidemia como la del COVID-19, reaccionar con dos o tres días de retraso puede ser un error grave, pero demorar una semana la adopción de medidas de mitigación puede ser una catástrofe. Aunque el presidente tenía razón cuando dijo que ahora estamos mucho mejor preparados para luchar contra el virus, parece que no se ha aprendido la lección de que las medidas tempranas de distanciamiento social y reducción de la movilidad son prioritarias para frenar la propagación descontrolada.
Cuando, como en Gandia, se adoptan medidas como el cierre de los locales de ocio nocturno, hay que esperar entre 7 y 14 días para ver sus efectos. Y esto es así porque la propagación de la pandemia la visualizamos con retraso. Los casos de COVID-19 que se diagnostican hoy, corresponden a contagios de hace entre una y dos semanas. Por eso, cuando el pasado 15 de marzo comenzó el estado de alarma y se aplicaron medidas drásticas de confinamiento y movilidad, la progresión de casos continuó imparable durante quince días y todos nos preguntábamos porqué seguían diagnosticándose miles de nuevos casos diarios.
Predecir y anticiparse son la base de una prevención eficaz. El 21 de julio, en un artículo publicado por LEVANTE-EMV, me atreví a aventurar (a partir datos del día 16) que la cifra total de casos acumulados de la pandemia podría alcanzar el día 24, entre 273.200 y 278.400 casos confirmados, lo que suponía un incremento semanal de entre 10.000 y 15.000 nuevos casos. Hasta la tarde del lunes 27 no se pudo comprobar si esa proyección fue acertada, porque el Ministerio de Sanidad no informa los fines de semana sobre la evolución de la pandemia. Me hubiera gustado equivocarme, pero no fue así, ya que el pasado viernes se alcanzaron en España 274.541 casos de COVID-19 y el incremento semanal de nuevos casos estuvo cercano a 14.000.
El viernes de la semana que viene, 5 de agosto, es muy probable que el Ministerio de Sanidad informe de que se han alcanzado entre 301.000 y 312.000 casos totales confirmados. De nuevo me gustaría equivocarme, pero me temo que siguen sin tomarse las medidas a tiempo. Aragón, Cataluña, Navarra y el País Vasco se deberían haber cerrado hace ya dos semanas.
También hubiera sido conveniente aplicar en La Safor algunas de las medidas que se aplicaron durante las primeras fases de la desescalada. La incidencia acumulada en Gandia en los últimos 14 días es de 13,41 casos/10.000 habitantes, comparable a la incidencia actual en Cataluña aun considerando el exceso de población del verano. La experiencia debería habernos enseñado que cuanto más se retrasan las medidas para frenar los contagios, más se daña la salud, la economía y el bienestar de los ciudadanos. En tiempo de rebrotes -o de oleadas- se hace necesario emplear procedimientos expeditivos, sin consideraciones políticas o cálculos electorales. La dura receta de «cortar por lo sano».
31 de jukio de 2020.
Este artículo fue publicado originalmente el 1 de agosto de 2020 en la edición de La safor del LEVANTE-EMV.