La carcoma tiene un efecto devastador sobre la madera. Un mueble puede mantener la apariencia de integridad, mientras las larvas excavan en su interior orificios y galerías hasta destruirlo totalmente. Es un proceso silencioso que pasa desapercibido, diferente a la rápida destrucción que se conseguiría prendiéndole fuego. También se puede acabar con la democracia de forma radical mediante un golpe de estado, o se puede destruir lentamente, como en la canción de Luis Fonsi, «despacito, pasito a pasito», socavando la estructura, aunque se conserve externamente su aspecto.
La democracia liberal no es un avance inmutable de la civilización. Como advirtió Isaiah Berlin, quizá en el futuro se contemplarán nuestras sociedades liberales «con curiosidad, quizá con simpatía, pero con poca comprensión». Lo que hoy conocemos como democracia liberal es una excepción en la historia, que ha estado dominada por sistemas autocráticos de poder político, desde el autoritarismo paternalista hasta el totalitarismo extremo.
Una obra reciente de la historiadora Anne Applebaum (El ocaso de la democracia: La seducción del autoritarismo) denuncia cómo los defensores de las ideas antiliberales pretenden una democracia de fachada, en la que la oposición política nunca pueda alcanzar el poder. Para ello invierten el paradigma de la democracia como un sistema de «reglas fijas para resultados inciertos». Si un gobierno elegido democráticamente tiene el poder de cambiar las reglas (las leyes) en su propio beneficio, acomodando la justicia a sus intereses y entorpeciendo la libertad de expresión, los resultados electorales en vez de inciertos estarán predeterminados, despejando el camino hacia el autoritarismo. Ya ha ocurrido en países como Rusia o Venezuela, donde hasta la fachada de democracia se desmorona progresivamente.
Applebaum describe con detalle el camino iliberal emprendido por Hungría y Polonia, mientras en países como Francia, Italia o España, se abren paso partidos que propugnan la «democracia iliberal», el oxímoron acuñado para disimular el nuevo autoritarismo. Mediante un discurso identitario y nacionalista, avivando la polarización política y difundiendo mensajes simples y radicales en redes sociales, pretenden polarizar a la sociedad y activar la nostalgia del autoritarismo. Torpedear la independencia judicial es el primer paso para destruir el Estado de Derecho. Polonia ya se ha enfrentado al ordenamiento jurídico de la Unión Europea negando la primacía del derecho comunitario sobre el de los estados (un principio jurídico fundamental de la integración europea). Les interesan los fondos que reciben, pero no respetan ni las reglas ni los valores de la Unión Europea.
En España Vox es el representante de ese populismo nacionalista que es una carcoma para la democracia. La inmigración ilegal, la política con los MENAS, el vínculo entre delincuencia común e inmigración y, por supuesto, un marcado antieuropeísmo que pretende que la Unión Europea les deje las manos libres para intervenir en la justicia y en los medios de comunicación. A principios de este mes tuvieron una cumbre en Varsovia con sus aliados europeos: Ley y Justicia de Polonia, Fidesz de Hungría, Fratelli d’Italia, Rassemblement National de Francia y la Lega de Matteo Salvini.
En España, los delirios progresistas y autoritarios del gobierno socialista-populista-comunista, con el apoyo externo de los independentistas, son una ventaja para el discurso radical de Vox. Les facilita llegar y radicalizar a amplios sectores del electorado que nunca les habrían apoyado sin el malestar profundo que les provoca la deriva radical del gobierno.
La carcoma de la democracia está en los populismos de derecha y de izquierda, que comparten el objetivo común de destruir el sistema de pluralismo y libertad de las democracias. Por eso es un error interpretar el peligro del ocaso de la democracia con un esquema de derecha-izquierda. La miopía de quienes defienden el pluralismo y la democracia está, o puede estar, en creer que el riesgo del autoritarismo está exclusivamente en la derecha radical o en la izquierda radical. El riesgo es la estrategia populista para alcanzar el poder, controlar la justicia, los medios de comunicación y la administración, creando autocracias sobre las cenizas de la democracia.
No se puede ignorar que existe una especie de «unión» mundial de autócratas de procedencias ideológicas dispares: comunismo, teocracia o populismo, cuyo objetivo es acabar con la democracia liberal de occidente, porque es un ejemplo nocivo que, si penetra en sus países, pondría en peligro su poder. China, Turquía, Rusia, Cuba o Irán, apoyarán a cualquiera que este dispuesto a transmutar la democracia en autoritarismo.
Despacito, «suave suavecito», casi sin que se note, se puede finalmente derrotar a la democracia. Evitarlo es una obligación moral. Dice Applebaum que«siempre hemos sabido -o deberíamos saber- que ciertas visiones alternativas de nuestras naciones intentarían arrastrarnos consigo. Pero puede que, al abrirnos camino a través de la oscuridad, descubramos que juntos podemos oponerles resistencia». La democracia no se defiende sola, necesita que los ciudadanos hagamos algo más que quedarnos en el sofá en compañía de las redes sociales. Se defiende con esfuerzo, con el debate y la participación.
Gandia, 13 de diciembre de 2021.
Este artículo se publicó originalmente en LEVANTE-EMV edición de La Safor el 29 de diciembre de 2021.