No estoy en contra de los alimentos ecológicos. Si tuviera que dedicarme a la producción agrícola elegiría la producción ecológica, ya que es un nicho de mercado interesante, con precios más altos, mayor rentabilidad, más subvenciones y con cierto glamour. Aunque el gasto por persona y año de los alimentos ecológicos es de tan sólo de 53,4 € (el 2,5% del gasto alimentario total) la cuota de mercado de estos productos crece en España desde hace años.
Debemos otorgarle a la palabra ecológico su significado real en referencia a la alimentación. En Europa, un alimento ecológico es el que se produce según las normas de agricultura ecológica y puede usar el logotipo ecológico de la UE, que garantiza que se respetan dichas normas. Los cuatro pilares de la agricultura ecológica son la prohibición de pesticidas químicos y fertilizantes sintéticos, la restricción severa de antibióticos, la prohibición de organismos genéticamente modificados (OGM) y la rotación de cultivos.
Paradójicamente, los alimentos ecológicos no son ni más sanos ni más respetuosos con el medio ambiente que los convencionales. J. M. Mulet -catedrático de biotecnología en la UPV e investigador en biología molecular y celular de plantas- lleva años advirtiendo sobre ello, basándose en los datos y estudios disponibles. La afirmación de que los alimentos ecológicos son menos ecológicos que los convencionales, puede parecer políticamente incorrecta en un mundo en el que hay una auténtica obsesión o devoción por la ecología. A todos nos gusta creernos salvadores del planeta o partícipes de su salvación. Y es bueno que así sea y que tengamos la voluntad de aportar nuestro granito de arena en la conservación del medioambiente.
En cuanto el color, sabor, aroma y textura de los alimentos ecológicos, puede que algunos de ellos superen a los convencionales, pero no es la norma general. Donde los productos ecológicos superan netamente a los convencionales es en el precio, que suele ser mayor. Es lógico que así sea, ya que la productividad de una explotación agrícola en la que se aplican las normativas de producción ecológica, es menor que las de los productos convencionales. Al no poder utilizar pesticidas ni fertilizantes de síntesis, las producciones son menores a igualdad de superficie de cultivo, aunque exigen similares consumos de energía, trabajo y agua. Según el estudio reciente de investigadores de las universidades de Cranfield y Reading (Reino Unido) citado por Mulet, si toda la producción de alimentos de Inglaterra y Gales se convirtiera en ecológica, aumentarían las emisiones de gases de efecto invernadero. Como explican los autores «la adopción generalizada de prácticas de agricultura orgánica conduciría a aumentos netos en las emisiones de gases de efecto invernadero como resultado de menores rendimientos de cultivos y ganado y, por lo tanto, la necesidad de abordar producción adicional y cambios asociados en el uso de la tierra en el extranjero».
No es extraño que los alimentos ecológicos tengan mayor cuota de mercado precisamente en los países con mayor renta per cápita, porque son productos para ricos. Aunque hay diferencias grandes entre alimentos, en los estudios realizados se estima que, como promedio, el coste de un alimento ecológico es superior al convencional en un 20-25%, lo que se traduce en precios finales al consumidor de entre el 45% y el 55% superiores al de alimentos convencionales, llegando -según la OCU- a multiplicar por tres el precio del alimento convencional de marca blanca.
Al hablar de ecología hay que tener presente que deben compatibilizarse diversos objetivos contradictorios entre sí. El primer objetivo es alimentar a la población mundial. Según la ONU, 811 millones de personas -la décima parte de la población- están subalimentados. Con los avances en biotecnología, técnicas de transgénicos, la edición genética (CRISPR) y los avances en agronomía, este es un objetivo alcanzable. Al mismo tiempo debe disminuirse la emisión de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento global, para lo que es imprescindible mejorar la eficiencia en el uso de la energía y avanzar en nuevas fuentes energéticas menos dependientes de los combustibles fósiles. Además de las energías solar y eólica, son prometedoras nuevas tecnologías como los pequeños reactores nucleares modulares SMR, el desarrollo de la energía nuclear de fusión o la descomposición del agua mediante microorganismos para obtener hidrógeno.
Para alimentar adecuadamente a todo el mundo, no se puede recurrir a las técnicas de cultivo tradicionales u obsoletas de la producción ecológica, que incrementarían las emisiones de gases de efecto invernadero. Los fundamentalismos no suelen ser recomendables ni en religión, ni en política ni tampoco en ecología. Por eso, no pretendo ni desacreditar ni desaconsejar la producción y consumo de alimentos ecológicos; en este mundo tiene que haber de todo, si no sería muy aburrido. También hay gente a la que le gusta el brócoli… y les respeto, porque «de gustibus non est disputandum», es decir, para gustos los colores.
30 de marzo de 2022.
Este artículo se publicó en la edición de La Safor del diario Levante-EMV el 1 de abril de 2022. La imagen es el logotipo oficial de la Unión Europea de los alimentos ecológicos.