En el otoño de 1972 cursaba yo segundo de química en la Universidad de Valencia. Durante aquel otoño –la primavera austral–, Roberto Canessa también estudiaba segundo curso de medicina en la Universidad de la República, en Montevideo. Hasta hace poco no tenía idea de quién era ese tal Canessa. Le conocí, no en persona, sino virtualmente, cuando a pesar de cierta renuencia inicial –no me atrae el cine de catástrofes, ni los melodramas truculentos ni las imágenes cruentas– decidí ver La sociedad de la nieve, la reciente película de J. A. Bayona.
Canessa fue uno de los supervivientes del accidente aéreo de los Andes en aquel lejano 1972. No me resulta difícil imaginar cómo era él en aquel momento porque debía ser como yo, un joven estudiante de segundo curso, con toda la vida por delante y con enormes ganas de vivir. A pesar de mis reservas, la película sobre la tragedia o milagro de los Andes me pareció excelente, llena de sentido y emotividad. En ella Bayona narra lo que ocurrió en la montaña y también reflexiona sobre eso que denominamos sociedad.
El título puede resultar enigmático; es un sintagma que acuñó Canessa y que dio nombre a un libro de Pablo Vierci. La sociedad de la nieve, distante de nuestra sociedad individualista, es otra forma de relación humana basada en la amistad social, que permitió que dieciséis personas lograran sobrevivir durante más de dos meses en condiciones infrahumanas. Como explica Vierci: «En el peor lugar, ante un cúmulo de adversidades extremas, lo que surge no es lo peor del ser humano, sino la compasión y la misericordia, al revés de todo lo que nos contaron».
A Canessa le preguntaron hace poco por la polarización creciente que, al igual que en España, se vive en Uruguay. Polarización política que siembra el germen de la polarización social, en las antípodas de la sociedad de la nieve. Él, un cardiólogo pediátrico que ha dedicado su vida a salvar a niños enfermos, decía lo que ya todos sabemos o deberíamos saber: que las luchas son estériles, que hay que luchar juntos para construir y construir alrededor…
En España la polarización, esos dañinos vientos polares, alcanzaron durante el pasado año cotas muy elevadas. De hecho, la fundación Fundéu-RAE eligió polarización como palabra del año 2023. El término proviene del latín, polus, y describe los puntos de intersección del eje de rotación de la Tierra: el polo norte y el polo sur. Más allá de la física, polarizar es «orientar en dos direcciones contrapuestas», crear situaciones en las que hay dos opiniones distanciadas, incluyendo grandes dosis de crispación.
Es muy posible que vivamos en una sociedad desorientada y aquejada de ansiedad, enferma de nihilismo y fanatismo. El nihilista no cree en nada ni respeta nada, ni valores ni ideales. Al fanático le ocurre lo contrario, tiene demasiada fe, lo que le lleva al convencimiento de creer que su verdad es la única válida y muestra una adhesión incondicional a su causa. En cualquier caso, tanto el nihilismo, manifestado como relativismo y oportunismo, como el fanatismo, son el terreno adecuado para que brote la polarización.
La polarización y el enfrentamiento no benefician a la sociedad, aunque puedan ofrecer resultados electorales rentables y allanen el camino hacia el poder a cualquier precio. Enfrentar siempre es más fácil que unir. Resulta más sencillo apelar a las emociones que a la razón. La polarización encuentra en las redes sociales un factor multiplicador que corroe el razonamiento y el debate reposado. Se abandona esa zona intermedia de moderación en la que se sitúan la amplia mayoría de los ciudadanos y se cierra la puerta a acuerdos amplios, dando paso a pactos oportunistas y cortoplacistas, también a chantajes vergonzantes.
El debate político pausado y racional se sustituye por el uso de falacias, insultos y caricaturas dirigidas al rival, haciendo un uso intensivo de las numerosas estratagemas dialécticas que ya describió Arthur Schopenhauer en su breve tratado El arte de tener razón. «Cuando se advierte que el adversario es superior –explica el filósofo– y que uno no conseguirá llevar razón, personalícese, séase ofensivo y grosero».
Volviendo a los Andes, como ya observó un crítico cinematográfico, La sociedad de la nieve es el reverso de El señor de las moscas de William Golding, un antídoto frente al «sálvese quien pueda». Numa Turcatti, el último fallecido en el accidente del vuelo 571, que actúa en la película como narrador, ofrece un consejo final a sus compañeros supervivientes: «Sigan cuidándose unos a otros y cuéntenles lo que hicimos en la montaña». Bayona nos lo contado magistralmente y el consejo de Numa resulta más que conveniente en los tiempos que corren, frente a los vientos polares que no dejan de arreciar…
Gandia, 14 de enero de 2024.
Publicado en la edición de La safor del diario Levante-EMV el 18 de enero de 2024. La fotografía es un fotograma de La sociedad de la nieve donde Matías Recalt interpreta a Roberto Canessa.