Protágoras y los fascistas

A diferencia de Demócrito, a su discípulo Protágoras no le interesó reflexionar sobre la naturaleza de los átomos y del vacío, sino que dirigió sus habilidades a ganar dinero. Se dedicó a la sofística y recorrió la Antigua Grecia embolsándose elevados honorarios gracias a su pericia para torturar la verdad y convencer a la gente en asambleas, debates o juicios de todo lo que interesaba que fueran convencidos.

Esa profesión sigue en auge y se retribuye generosamente; son los spin doctors, asesores en comunicación y políticos versados en sofística, que podrían tener al filósofo griego como su santo patrón. De Protágoras se dijo que enseñaba a sus alumnos y clientes «el medio de hacer buena una causa mala por medio de la sutileza de la palabra». Muchos siglos después Arthur Schopenhauer explicó en su tratado Dialéctica erística o el arte de tener razón en 38 estratagemas, las artimañas de los sofistas profesionales. Quizá algún día Pedro Sánchez dirija en la Complutense un máster sobre ese antiguo arte en el que es experto.

El marketing político, la ideología y el sentido común son conceptos diferentes que no suelen converger. Más aún, se observa cierta tendencia a relegar el sentido común y la ideología para centrarse preferentemente en la comunicación y en los mensajes que faciliten alcanzar o mantener el poder. Se rehúye el debate sensato sobre ideas, problemas y políticas, sin importar la coherencia y el respeto a la razón. Como dijo hace tiempo Pablo Iglesias «la política es cabalgar las contradicciones» o lo que es lo mismo, priorizar la oportunidad política ante cualquier otra consideración.

Los titulares de los informativos de estos cálidos días de verano, abundan en ejemplos de esa divergencia que posterga el sentido común y el bien común. El presidente Sánchez intenta hacer buena una causa mala mediante la agudeza de la palabra. Dice que el acuerdo sobre la financiación en Cataluña es bueno para España, aunque no estaba en su programa electoral de hace un año. También afirma que «estamos dando un paso en la federalización de nuestro estado autonómico», una afirmación hueca que tampoco figuraba en su programa. Intenta camuflar los motivos reales de su acuerdo con ERC: una nueva cesión vergonzante para continuar en el poder, a pesar del agravio comparativo con el resto de comunidades, especialmente la Comunidad Valenciana, y de la desnaturalización del concepto de solidaridad que implica.

La situación en Venezuela es distinta y distante, aunque muestre rasgos comunes y estratagemas dialécticas similares. La estratagema número 32 de Schopenhauer para descalificar cualquier opinión contraria es pródigamente utilizada… tanto por aquí como por allá. Se trata de subsumir al adversario en una categoría aborrecible con la que pudiera tener alguna semejanza. Quien no apoye a Maduro será incluido en la categoría de derecha fascista y Diosdado Cabello, uno de los dirigentes del régimen, ya ha amenazado y sentenciado: «Tengan la seguridad de algo: los vamos a joder. No vamos a permitir que la paz que tanto nos ha costado construir quede alterada». Se ha pasado de la dialéctica erística a la «dialéctica de los puños y las pistolas» que propuso José Antonio Primo de Rivera.

Aunque a años luz de Venezuela, Sánchez también usa con profusión las estratagemas de Schopenhauer: quienes le critiquen serán calificados como fachosfera y, ante un debate concreto, «pasará del objeto de la discusión a la persona del adversario, a la que atacará de cualquier manera». Quizá, además de dirigir un máster, Sánchez puede emular en el futuro a José Luis Rodríguez Zapatero, jugando a ser mediador internacional y haciendo grandilocuentes llamamientos a la paz, el diálogo y la armonía, al tiempo que hace oídos sordos a las tropelías y a la represión de cualquier sátrapa latinoamericano que se autoproclame progresista y antifascista.

He leído con atención la nota de prensa del progresista Centro Carter, uno de los pocos observadores internacionales que autorizó Maduro. Es demoledor y no vacila en describir un pucherazo electoral inconmensurable. Sobre Zapatero, que también ha sido observador internacional, ha trascendido que no apoyó la petición del progresista Grupo de Puebla para que se publicaran las actas electorales. Debió pensar que la transparencia era un obstáculo para sus bonitos y huecos discursos con las hermosas palabras: paz, diálogo y armonía. Además, a los fascistas, aunque sean imaginarios: ni agua.

5 de agosto de 2024.

Este artículo se publicó originalmente en la Edición de la Safor del diario Levante-EMV, el 13 de agosto de 2024.

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