En cierta ocasión le preguntaron a Stanley G. Payne si la Guerra Civil marcaría de por vida a España. El historiador estadounidense aventuró que su influencia duraría unos cien años, quizá un poco más en algunos sectores. Señaló como ejemplo que, en EE.UU., algunos efectos de la Guerra de Secesión perduraron durante más de siglo y medio.
Ochenta y seis años después del final de la Guerra Civil, cuando apenas sobrevive un escaso tres por ciento de la población nacida antes de 1939, su influencia aún no se ha extinguido y no se percibe como próxima su obsolescencia. Quizá pueda deberse más a la respiración asistida, alimentada por diversos estímulos políticos, que al pulso de la realidad social. Sea como fuere, la guerra sigue viva, para bien y para mal, y así se refleja en la abundante creación literaria sobre ella.
Ambientados en la dura y triste posguerra he leído consecutivamente dos libros. Uno de mi admirado Andrés Trapiello: Me piden que regrese, y otro de mi buen amigo Nèstor Novell: Exilis. A recer de l’absencia. Ambos coinciden en el marco temporal, así como en su riqueza léxica y narrativa. El primero en castellano o español, y el segundo en valenciano o catalán (as you like it como diría Shakespeare).
Trapiello construye una novela entre el espionaje y la trama policial, incorporando personajes reales, mientras que Novell compone un texto muy diferente donde recupera testimonios, aporta reflexiones y describe el contexto histórico en el que se enmarcan. Ambos plasman dos paisajes distintos -Madrid y Gandia- enmarcados en una misma posguerra. En el libro de Novell, el haber conocido personalmente a alguno de sus protagonistas me aportó un interés añadido.
Vidas rotas, huérfanos y viudas, exiliados y vencidos, valientes y cobardes, son retratados hasta formar un mural de luces, sombras y vacíos. La triste conclusión es que quizá Trapiello tenía razón cuando comentó que «España es un país cruel, más quevedesco y barroco que cervantino. Quevedo lo primero que hace al ver un manco es reírse, mientras que Cervantes siempre que ve a un cojo siente piedad».
Trapiello, Novell y yo mismo, pertenecemos a la generación del baby boom. Tan sólo vivimos de niños las últimas secuelas de la posguerra, un largo periodo de depresión económica y moral, tejido de penuria y silencios. Hubo que esperar a 1959 para que España recuperara los niveles económicos anteriores al conflicto y bastante más hasta que -mejor o peor– se recobró la democracia. Sin embargo, ni la Guerra Civil ni la posguerra fueron vividas por nuestra generación. Otras fueron las batallas incruentas en las que los baby boomers luchamos, construyendo en vez de destruir. En el futuro los libros de historia probablemente no hablarán de ello.
Coincido con la opinión de Trapiello en uno de sus libros más emblemáticos: Las armas y las letras, una extensa obra de semblanzas de escritores e intelectuales de ambos bandos, en el que sostuvo la tesis de que «aquella no fue una guerra civil entre dos Españas, como erróneamente creímos muchos durante tantos años, siguiendo la idea de hombres perspicaces como Machado o Unamuno, sino la determinación de dos Españas minoritarias y extremas para acabar con la otra, la mayoritaria tercera España en la que podrían haberse integrado gentes de toda condición, edad, clase e ideología».
Al reflexionar sobre la Guerra Civil y la posguerra, suelen aplicarse conceptos como el olvido y la memoria, el castigo y el perdón, que pueden llegar a ser compatibles. Sobre ello escribió Jorge Luis Borges en Elogio de la sombra, abogando inequívocamente por el olvido: «Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón». Sin embargo, entre la memoria y el olvido es posible que exista un difícil punto de equilibrio, que no comprometa la justicia y deje espacio para la compasión, porque ambos extremos, la memoria total y el olvido absoluto, son una pesadilla.
Leyendo estos buenos libros de Trapiello y Novell llego a la conclusión de que ni en la guerra ni en la posguerra hubo espacio para la compasión. Para la piedad que reclamaba Azaña en su famoso discurso de «las tres P» en julio de 1938. Paz, piedad y perdón… y como añadió alguien: menos mala leche…
Gandia, 2 de enero de 2025.
Este artículo se publicó originalmente en la edición de La Safor del Levante-EMV el 6 de enero de 2025.