Este artículo se publicó en el Nº 41 de la revista Mater Dolorosa de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de Gandia, en abril de 2025. Fotografía: Imagen de Nuestra Señora de los Dolores. https://dolorosagandia.com/
El credo niceno-constantinopolitano del año 381 es el símbolo de la fe de los cristianos. La Iglesia católica, las iglesias ortodoxas bizantinas y orientales, la Comunión Anglicana y la mayoría de las iglesias protestantes profesan este credo que contiene los dogmas del cristianismo. Uno de los versículos proclama creer «en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». La referencia a la luz posee cierto halo de misterio, ya que coexisten en ella dos conceptos, el teológico y el físico, que no llegamos a vislumbrar.
Nos preguntamos por el significado de esta expresión: «Luz de Luz» (en latín Lumen de Lumine y en griego: Fós ek Fotós) y cuál es la relación entre el concepto bíblico y el físico, y reconocemos con humildad que las respuestas no están a nuestro alcance y permanecen en el terreno de los enigmas. Podemos intentar, sin embargo, indagar sobre el significado de la luz desde esa doble vertiente de la fe y la física.
Viajemos con la imaginación hacia el principio del mundo, hacia el inicio de todas las cosas, hacia el principio de la Historia. No es casual que las primeras palabras en las que se trascribe la voz de Dios en la Biblia, sus palabras iniciales en el principio de la Creación, se refieran a la luz: «Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz» (Génesis 1:3). Algunos autores sugieren cierta conexión entre este versículo –fiat lux– y la teoría cosmológica del Big Bang, esa gran explosión que aconteció según los cosmólogos hace más de 13.000 millones de años, en la que el universo se expandió a partir de un estado extremadamente denso y caliente, en el que toda la materia y la energía parecían estar condensadas en un punto.
Los físicos explican que la luz es una parte del espectro electromagnético que es visible para el hombre. Esa luz transporta energía en forma de minúsculas partículas sin masa, a las que se les conoce con el nombre de fotones e igual ocurre con otras radiaciones electromagnéticas no perceptibles a simple vista, como los rayos infrarrojos, los rayos X o la radiación ultravioleta.
La luz es al mismo tiempo una onda y una partícula, un misterio que causa perplejidad y que la física explica gracias a la mecánica cuántica. No obstante, como confesó el famoso premio nobel Richard Feynman, nadie entiende la física cuántica y nadie sabe de dónde viene. A este enigma puede aplicarse una frase de G. K. Chesterton sobre aquellos científicos que intuyen que, «puesto que una cosa incomprensible ocurre constantemente a continuación de otra cosa no menos incomprensible, las dos forman una cosa comprensible. Dos acertijos negros equivalen a una respuesta blanca». Es decir, pretendemos entender la incomprensible naturaleza de la luz mediante una ciencia incomprensible que tampoco entendemos.
Quedamos perplejos del mismo modo ante el hecho de que la luz viaje siempre a una extraordinaria e inalcanzable velocidad, que siempre es la misma independientemente del movimiento de quien la observa. Albert Einstein se imaginaba corriendo velozmente junto a un rayo luz, pero la luz siempre se alejaba de él a la misma velocidad. Las explicaciones de la física, aunque de gran utilidad práctica, no hacen sino aumentar nuestra sorpresa y asombro, ya que existen regiones inalcanzables a la razón y a la inteligencia humana.
Se puede aventurar que las palabras de Dios en el Génesis quizá signifiquen ‘Haya energía’, algo que según la ecuación de Einstein equivaldría a la creación de la energía y la masa. Esta sería una deficiente -aunque quizá aceptable- explicación del inicio del Universo, del espacio, del tiempo y de la vida. Expresado de forma inversa: nada de lo que hoy conoce la ciencia sobre nuestro universo existiría sin masa y energía, y tampoco existirían el espacio el tiempo, la física y la vida. Todo ello no excluye la posibilidad de que exista ‘otro mundo’, una dimensión inmaterial y trascendente, que llegamos a vislumbrar y en la que los cristianos creemos gracias al don de la fe. Como escribió Simone Weil, la filósofa y mística cristiana: «Por medio de la inteligencia sabemos que lo que la inteligencia no capta es más real que lo que capta» y que «La fe constituye la experiencia de que la inteligencia ha sido iluminada por el amor».
Los científicos se interrogan sobre la naturaleza de la luz, una cuestión esencial para la física, mientras que la pregunta fundamental para creyentes y teólogos versa sobre la naturaleza de Dios. Quizá ambos, científicos y teólogos, estén buscando lo mismo, ya que como anunció san Juan Evangelista: «Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna» y presenta en su evangelio a Cristo como «luz verdadera que ilumina a todo hombre».
La luz como paradigma simbólico está presente en la tradición judeocristiana, pero también adquiere un carácter metafórico relacionado con la divinidad en otras culturas y religiones. La dialéctica entre luz y oscuridad ha sido, desde la antigüedad, una referencia común. Así, por ejemplo, aunque con diferentes matices y significados, el concepto de ‘iluminación’ está presente no sólo en el cristianismo sino también en el budismo o el hinduismo. El nombre de Buda describe en sánscrito al ‘iluminado’, que ha alcanzado un despertar o iluminación espiritual.
Un escrito del cardenal Gianfranco Ravasi sobre la luz como «arquetipo simbólico universal» puntualiza que, a diferencia de otras civilizaciones que identifican la luz con la divinidad, «la Biblia introduce una distinción significativa: la luz no es Dios, sino que Dios es luz». Es lo que ya invocaba el antiguo autor de los Salmos, probablemente el rey David: «¡En ti, oh Dios, está la fuente de la vida, y tu luz nos hace ver la luz!», (In lumine Tuo videbimus lumen).
En el cristianismo la luz se transforma en un elemento metafísico relacionado con la verdad infundida por Dios: luz del mundo, fuente de vida y de salvación, principio absoluto de la creación. La Luz que brilla en las tinieblas vence a la oscuridad e ilumina el camino y es lo opuesto a la oscuridad. San Pablo les decía a los primeros cristianos de Tesalónica, la milenaria ciudad griega a orillas del mar Egeo, que «vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas».
El uso físico y tangible de la luz como símbolo divino está presente en el judaísmo, en el paganismo de la antigua Roma y en otras tradiciones religiosas. Desde los primeros tiempos del cristianismo se adoptó el uso de velas encendidas en las celebraciones litúrgicas, como símbolo que representa a Dios y a nuestras oraciones. La luz también tiene un protagonismo relevante en la iconografía cristiana, en los nimbos o halos luminosos que se representan usualmente en forma circular, detrás y alrededor de las cabezas de Jesucristo, la Virgen y los santos, para destacar la luz divina o espiritual.
Treinta velas de cera encendidas acompañan cada año a la imagen de Nuestra Señora de los Dolores en las procesiones de Semana Santa de Gandia. Alrededor de la cabeza de la Virgen Dolorosa un hermoso nimbo de orfebrería resalta aún más la luminosidad, simbolizando a la Madre de Dios alumbrando el camino hacia Dios de los cofrades.
Decía G. K. Chesterton que «todos hemos olvidado quiénes somos. Podemos entender el cosmos, pero nunca el ego: el ser es más distante que cualquier estrella». Se le puede objetar al genial escritor inglés que no es evidente que lleguemos a comprender el cosmos, sin embargo, acierta en nuestro desconocimiento del ser; las ancestrales preguntas sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos continúan abiertas. La luz de Dios -Luz de Luz- nos orienta hacia el camino, hacia la verdad y la vida.
Gandia, 2 de enero de 2025.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Las citas de G. K. Chesterton pertenece a su libro Ortodoxia; edición en español de la editorial Acantilado (2013), páginas 69 y 65 respectivamente. Las citas de San Juan corresponden a la su primera carta de (1:5) y a su evangelio (1:9). Muchas de las ideas de este texto se han tomado del escrito del cardenal Gianfranco Ravasi con ocasión de la Ceremonia de Inauguración del Año Internacional de la Luz de la UNESCO (2015), titulado: La luz, arquetipo simbólico universal, publicado en www.cultura.va. El versículo de los Salmos, atribuido al rey David, corresponde al Salmo 36:9. La frase de Simone Weil procede del libro La gravedad y la gracia, Editorial Trotta, página 163. El versículo de San Pablo es de la primera carta a los tesalonicenses (5:5).